María Paulina Soto Labbé
Vicerrectora Académica Universidad de las Artes de Ecuador.
Doctora en Estudios Americanos, con especialidad en estudios sociales y políticos.
Cooperante internacional de cultura para el desarrollo, Unesco.
En la década de los años 80 se produjo un giro discursivo que incorporó a la cultura en los debates sobre desarrollo, ampliando los desafíos de las políticas culturales que hasta entonces estaban restringidas a las artes y los patrimonios.
Un antecedente central y que marcó un antes y un después en esta concepción fue la conferencia mundial de cultura organizada por la Unesco, efectuada en Ciudad de México en los años 80.
Se formuló entonces, un verdadero hito en la relación cultura, desarrollo y sostenibilidad, porque toda la sociedad sería responsable de sus imaginarios y valores compartidos.
“Es ella, la cultura, la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones y crea obras que lo trascienden” (Declaración de México).
Este giro discursivo era contracorriente porque se produjo en un contexto de Guerra Fría en el que los países periféricos sufríamos combates de descolonización y, en el caso de América Latina, de resistencia y liberación de las dictaduras cívico-militares que habían impuesto la doctrina de seguridad interior del Estado para crear las condiciones de instalación del modelo de desarrollo neoliberal, hegemónico hasta la actualidad.
Desde la Cumbre de México, la cultura dejó de ser marginal para los debates sobre el desarrollo al interior de los organismos internacionales primero y, como consecuencia, en los estados nacionales después. Era el inicio de la década de los años 80 y para entonces las industrias culturales se habían expandido y habían ampliado el acceso de la población al alfabeto de lo simbólico y lo sensible, pero también habían restringido la oferta de contenidos al monopolio de las grandes empresas poseedoras de los derechos de reproducción masivos.
Estas cuestiones conceptuales, impactaron en la elaboración de indicadores de medición de capacidades culturales de y para el desarrollo humano las que tuvieron una base fundamental en el marco analítico establecido en la obra de Amartya Sen, Premio Nobel de Economía. Sen opta por utilizar la expresión “capacidad humana” en reemplazo de “capital humano”. Éste último es más limitado puesto que sólo concibe las cualidades humanas en su relación con el crecimiento económico, mientras el concepto “capacidad humana” pone énfasis en la expansión de la libertad humana para vivir el tipo de vida que la gente juzga verdadera.
Por lo tanto, cuando se adopta por la visión más amplia, el proceso de desarrollo no puede verse simplemente como un incremento del PIB, sino como la expansión de la capacidad humana para llevar una vida más libre y más digna.