Álvaro Montaña
Geógrafo Geute Conservación Sur
¿Qué tan probable es que la crecida de una quebrada, es decir un lecho de río seco, se active cada algunos años y, en pocas horas, provoque pérdidas humanas, destrucción de viviendas y colapse carreteras en el desierto más árido del mundo?
Ante esta pregunta, de seguro recordamos lamentables imágenes como el aluvión de Antofagasta en junio de 1991, el de marzo de 2015 en Copiapó, el de agosto de 2015 en Tocopilla y los actuales aluviones del verano de 2019 en las regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá y Antofagasta.
¿Es un designio de la naturaleza o una maldición del territorio que habitamos el tener que convivir con estos riesgosos desastres naturales que pueden ser mortales?, la respuesta desde la Geografía es no.
Cuando hablamos de riesgo natural nos referimos a la “probabilidad” de que un evento originado por agentes físico naturales cause daño en infraestructuras y personas.
Entonces, para que la probabilidad de que un aluvión provoque daño, depende lógica y evidentemente de la existencia de infraestructura y de personas que habiten zonas expuestas a estos eventos. Por tanto, si evitamos edificar en zonas críticas como los bordes (o lechos secos) de ríos y quebradas, nos evitaríamos estas tragedias.
Sabemos que en el desierto chileno llueve: en los años del ”niño” y/o durante las lluvias estivales altiplánicas, cuando esto ocurre se activan cauces torrentosos que parecían durante largo tiempo “dormidos” y que, paradójicamente, en aquel tiempo de aparente calma (los cuales pueden ser años o décadas) fueron ocupados por infraestructura caminera, de telecomunicaciones o viviendas.
Para qué más estudios, ante tanto ensayo y error, es hora de la acción: prohibir la ocupación humana de lechos de quebradas y de ríos, que por muy secos que se vean, se activarán de manera rápida. Que estos eventos naturales “extremos o poco usuales” no generen daño en infraestructuras y vidas humanas depende de nuestras decisiones.
El riesgo natural se puede evitar y/o minimizar, mediante una planificación territorial que disminuya el riesgo natural de aluviones y que guíe la ocupación de los bordes de ríos, una legislación que resguarde el valor ecológico, escénico, ambiental y cultural del ecosistema fluvial y realizando estudios de delimitación precisa de los lechos inundables máximos de los ríos y quebradas.
Debemos construir una nueva relación con nuestros ríos, considerando especialmente los riesgos naturales que se derivan de una inadecuada ocupación humana de sus orillas: inundaciones, anegamientos, aluviones, entre otros. Que los aluviones no sean riesgosos, depende afortunadamente de nuestras decisiones territoriales inteligentes y conscientes.