La vida en la Tierra se desarrolla gracias a interacciones complejas entre las especies de los distintos reinos de la naturaleza, los componentes inertes o abióticos y las distintas condiciones climáticas y ambientales que podemos encontrar en los ecosistemas terrestres.
A grandes rasgos, las plantas son las principales productoras de nutrientes y biomasa (debido a su condición autótrofa y fotosintética), mientras que los animales son los principales consumidores de los nutrientes, y finalmente los hongos y bacterias, que son los encargados de descomponer dichos nutrientes y reciclarlos dentro de nuestro sistema planetario.
Los seres humanos vivimos en constante interacción con hongos, ya sea al consumir vino, cerveza, pan e incluso en algunas salsas de soja, o al recurrir a los antibióticos cuando tenemos problemas de salud, el maloliente moho que sale por la humedad, cuando cocinamos champiñones en nuestra comida diaria o incluso hongos que nos parasitan como la caspa, tiña, enfermedades respiratorias, etc.
Al principio, los hongos se clasificaban en el reino Plantae, ya que se asumía que eran plantas de menor complejidad biológica. Además, debido a su forma fálica comenzó su conocida mala fama, logrando que las religiones repudiaran a las setas al punto de que se apoyaba su extinción.
Por otro lado, muchas curanderas detectaron sus potenciales medicinales, lo que hizo que se les tildara de brujas, quitándoles más valor e importancia a los hongos. Aún así, existe evidencia arqueológica de que han sido utilizados tradicionalmente desde hace más de 6 mil años en alimentos, bebestibles y medicina.
Después de estudiarlos con detenimiento, se descubrió que tenían más semejanza con el reino animal que con la flora y, teniendo características de plantas, bacterias y animales, se ganaron un reino propio, llamado reino Fungi.
Tradicionalmente se estudian hongos dentro de los reinos Fungi, Chromista (o Straminipila) y Protozoa. Cerca de 80 mil a 120 mil especies de hongos han sido descritas hasta la fecha, aunque se estima que la cantidad real ronda el millón y medio.
Entre ellos existen hongos microscópicos, como las levaduras y mohos y los macroscópicos, que forman cuerpos fructíferos (setas). Se distribuyen de manera cosmopolita; los pueden encontrar en el suelo, el agua (tanto dulce como marina), en madera, restos vegetales, excrementos y otros, donde, gracias a la ayuda de otros organismos, pueden esparcir sus esporas para reproducirse.
Para cumplir su rol ecológico, se encuentran viviendo de las siguientes maneras: descomponiendo materia orgánica muerta, como madera, animales, hojarasca, etc. (éstos se llaman saprótrofos) o formando relaciones simbióticas con otros organismos (mutualismo o parasitismo). Las simbiosis mutualistas se expresan principalmente en los líquenes (simbiosis entre hongos y algas) y micorrizas, que son la asociación simbiótica entre hongos del suelo y raíces de las plantas vasculares (que tienen raíz, tallo y hojas), donde la planta entrega azúcares y lípidos a los hongos y las hifas (filamentos estructurantes del cuerpo de los hongos) ayudan en la transferencia de agua y nutrientes, como fósforo y nitrógeno a las plantas.
De esta forma, las micorrizas ayudan a generar mayor resistencia ante sequías, toxicidad, patógenos, salinidad y herbivoría. Los hongos del suelo hacen simbiosis con el 92% de las plantas vasculares, generando una red de comunicación entre plantas de la misma o distinta especie, abarcando decenas de hectáreas de extensión. Por otro lado, los hongos parásitos son huéspedes de otros organismos, obteniendo todos los beneficios de la relación. Pueden parasitar plantas, animales y otros hongos con el fin de controlar las poblaciones de organismos.
Hoy en día la ciencia y la tecnología apuntan a la importancia de continuar desarrollando el estudio de los hongos para combatir la contaminación por micro y macroplásticos, ya que han descubierto que ciertas especies (como el Aspergillus tubingensis) son capaces de degradar plásticos como el poliuretano.
Los hongos también tienen un potencial para la biorremediación (utilización de organismos vivos para eliminar o neutralizar contaminantes) del medio ambiente y retornar los ecosistemas a sus condiciones naturales y tratar condiciones de salud aún irreversibles para la medicina contemporánea, como el alzheimer y depresión crónica, además de su importancia culinaria para la nutrición y el control de enfermedades alimenticias, como la hipertensión y la diabetes, ya que son ricos en fibra y proteínas y bajas en azúcares.
Nuevos emprendimientos han logrado crear biomateriales a base de hongos, algas y bacterias para impulsar la sustentabilidad y la biofabricación eficiente.
Es por todo lo anterior que les invitamos a salir a explorar la riqueza natural e incluso urbana que existe en Chile. No hay verdaderas excusas para no atreverse, ya que hasta en el desierto de Atacama (cabe destacar que es el más árido del mundo) se pueden encontrar hongos. Basta con agacharse y mirar detalladamente las hojas y ramas en el suelo para descubrir el maravilloso mundo de la funga.