Carlos Vignolo| Académico Ingeniería Industrial, Universidad de Chile
El tema del cuidado del medio ambiente, en general, y del reciclaje, en particular, ha sido motivo de conflicto con mi esposa desde que “se puso ecologista” (no ha sido el principal tema de conflicto, por cierto, pero es el que me permite darle una dimensión más personal, coloquial y provocadora a este breve artículo). Y ocurre que me “puse ecologista” mucho antes que ella, hace 50 años, cuando me inicié como investigador universitario, buscando una interpretación sistémica del fenómeno del desarrollo integral de los países y de las personas.
Para mí, la ecología “siempre empezó por casa”, igual que la caridad. Es decir, el cuidado del medio ambiente tiene que partir por el cuidado integral del medio ambiente más importante en que habitamos: la comunidad humana a la cual pertenecemos.
Etimológicamente, ecología es “la ciencia que se encarga del estudio de los seres vivos en cuanto habitantes de un medio, de las relaciones que mantienen entre sí y las que tienen con el propio medio en que habitan”.
Aquello de “(…) estudio de los seres vivos en cuanto habitantes de un medio, de las relaciones que mantienen entre sí (…)” con mucha frecuencia es ignorado, especialmente entre aquellas/os ecologistas más radicales. De ello resulta que el foco principal de la ecología se centra en el cuidado del medio ambiente físico, dejando en segundo plano -o haciendo desaparecer del todo- la preocupación y el cuidado de los seres humanos que co-habitan dicho medio ambiente físico, así como la relación que establecen entre ellos.
Y, qué duda cabe, una buena parte de la humanidad -los marginados, postergados, vulnerados y vulnerables, los sin poder- requiere urgentemente de una preocupación y cuidado mucho mayor de parte del resto de los humanos, aquellos que sí tienen el poder de hacerlo.
Perder la dimensión humana y social de la ecología significa, además, dejar de preocuparse y estudiar en serio las razones profundas por las cuales la “humanidad” ha llegado hasta este punto, en que, de no mediar acciones correctivas profundas y rápidas, el planeta entero está en riesgo de colapsar. Y si hacemos eso, si afinamos la mirada sobre las causas últimas de este deterioro del medio ambiente, nos encontraremos con la pregunta por el tipo de “homos” que somos y, en particular, por los “homos poderosos”, aquellos que han liderado la evolución de la “humanidad” en la dirección en que hemos venido derivando desde hace mucho tiempo.
Homo Sapiens Sapiens significa el homo que sabe y que sabe que sabe, o sea, que es consciente de que sabe. Claramente los hechos de la evolución, desde hace ya mucho tiempo, no avalan la tesis de que somos esa especie. Si fuéramos Sapiens Sapiens, no podríamos haber cometido las atrocidades que hemos consumado en los últimos siglos; en paralelo con un acelerado desarrollo de la ciencia, la tecnología y la componente material del desarrollo de las comunidades humanas. Y si fuéramos Sapiens Sapiens no estaríamos haciendo pedazos el planeta que habitamos.
Claramente, tenemos un déficit de conciencia. Si no producimos un incremento sustantivo y rápido de los niveles de conciencia en los seres humanos, el cuidado del medio ambiente no ocurrirá y la humanidad se deshumanizará cada vez más. La dimensión primera y basal de la conciencia que requerimos expandir con urgencia es la conciencia de sí, siendo ello especialmente válido para quienes lideran los movimientos ecologistas en el planeta.