Rabindranath Quinteros Lara Senador de la República de Chile – Región de Los Lagos
La sociedad chilena lleva ya algún tiempo poniendo atención al cambio climático. En mayor o menor medida, hoy existe una noción sobre la responsabilidad de la actividad humana -sea ésta individual o colectiva, estatal o corporativa- y sus efectos en el clima mundial.
Sin embargo, los intereses económicos de los países más industrializados y de los que están en vías de desarrollo como Chile, se han convertido en un verdadero dique que taponea el desarrollo de soluciones que podrían ayudar en algo a mitigar los graves efectos del cambio climático.
Detrás de cada gran problema ambiental hay un interés económico específico. En la desaparición de ríos, glaciares y humedales, en la tala desmedida de los bosques, en la contaminación marítima y del aire, en la desaparición de especies, en todos estos casos -y de seguro en muchos otros- está la mano del hombre y su afán por hacer un negocio.
En el último reporte del Instituto de Recursos Mundiales, Chile aparece liderando la categoría “alto riesgo” en lo que se refiere a la demanda de agua y la cantidad disponible en el territorio, lo que nos coloca en una situación extremadamente delicada.
En la Región de Los Lagos, el agua escasea en los sectores rurales mucho más de lo que podría imaginarse. No sólo porque llueve menos, sino porque tampoco existen mecanismos eficientes para su recolección y distribución.
Los programas de agua potable rural son insuficientes y mientras cientos de familias campesinas observan con impotencia como baja el caudal de los ríos y disminuyen las cotas de los lagos, los municipios deben hace esfuerzos por racionar agua en camiones aljibes, al tiempo que la empresa sanitaria de la zona logra una triste fama por contaminar el lago Llanquihue y la bahía de Ancud con aguas servidas.
Nuestras costas también han sido afectadas. El aumento de temperatura de las aguas oceánicas incide en la ocurrencia de las floraciones de algas nocivas, FANs, que impactan directamente en la fauna marina y, consecuentemente, repercuten en actividades económicas relevantes para la región, entre las la salmonicultura y el cultivo de mitílidos.
El incremento en la agresividad que han registrado los últimos episodios de Marea Roja en las aguas australes da cuenta de la gravedad de la situación.
El aire puro hace tiempo que dejó de ser un atributo en las ciudades sureñas. Osorno y Puerto Montt viven repetidos episodios de emergencia ambiental por la contaminación, alterando la vida y afectando la salud de miles de personas.
Pero sólo tomar conciencia de esta nueva realidad no basta para resolver el problema. Es necesario actuar de manera rápida y decidida. Con menos discursos y más acciones. Con políticas públicas que aseguren una debida protección del patrimonio ambiental del país.
Con una legislación fuerte y responsable que establezca límites a todas aquellas actividades que trastornen nuestros ecosistemas y que garantice el acceso a bienes tan valiosos y vitales como el agua.
Y en aquellos casos que estén fuera de nuestro alcance, como ocurre la Marea Roja, se hace imprescindible diseñar programas de diversificación productiva que ofrezcan opciones a quienes tienen en los recursos marinos su única fuente de ingresos y sustento.
Si no tomamos conciencia de lo que está ocurriendo y aceleramos el paso, es muy difícil imaginar el mundo que viene y el que le vamos heredar a nuestros hijos y nietos.