Dr. Cristian Luarte Rocha
Facultad de Ciencias de la Educación
Universidad San Sebastián
Cada vez que hablamos de educación, algunos se quedan con la idea de instrucción,
de entrega de contenidos, de comunicación de ideas; como explicar las figuras
literarias, las disciplinas deportivas o el teorema de Pitágoras. Si sólo nos quedamos
en ese plano, tenemos una inteligencia parcelada o reduccionista, sin embargo, la
persona humana es de mayor complejidad, posee voluntad, perseverancia, corazón y
un cuerpo que moviliza sus actos. Las virtudes abarcan a toda la persona y la
pandemia ha sido el momento de colocarlas en práctica. Quizás, muchas de ellas, las
teníamos olvidadas o guardadas en nuestro baúl interior, pero gracias a ellas hemos
enfrentado la realidad que el 2020 nos ha impuesto.
Parafraseando a Viktor Frankl en su libro “El hombre en busca de sentido”, podemos
decir que vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar respuestas correctas a
las cuestiones que la existencia nos plantea, cumpliendo con las obligaciones que la
vida nos asigna en cada instante particular, no esperando nada de la vida, sino que la
vida espere algo de cada uno de nosotros. En esta aventura, las virtudes son el
soporte fundamental para enfrentar las diversas circunstancias, tropiezos y victorias
que encontremos en el trayecto. Las virtudes pavimentan el camino de la libertad
para decidir en cada momento lo bueno, porque, así como el vicio es el hábito de lo
malo, la virtud es el hábito del bien común. Cuando escogemos hacer el bien una y
otra vez, nos hacemos mejores personas, lo que no siempre nos lleva a quedar bien
ante los demás, pero sí a actuar bien, conforme a las normas morales.
La educación implica el desarrollo de lo humano, la promoción de todas sus virtudes
latentes en la naturaleza humana, donde la familia es la principal escuela de
virtudes. Ahí se aprenden las primeras nociones del bien y del mal, se construye el
edificio de las virtudes de cada niño y niña. Posteriormente, vamos consolidando
estos aprendizajes en la educación superior, complementando el bien común con la
formación profesional.
Las virtudes no se viven de modo aislado, por ejemplo, ayudar a un compañero de
curso le ayudará en el futuro a ser lo mismo con sus compañeros de trabajo. Enseñar
a un niño a no obtener todo lo que desee le ayudará en el futuro a ser sobrio y no
consumista. El enseñar a no quejarse de todo, le ayudará a enfrentar las dificultades
con fortaleza y agradecer lo que tiene. El enseñar a trabajar con orden y constancia
le ayudará a ser perseverante en sus labores profesionales y así en todo ámbito de la vida.
La educación de las virtudes exige comprensión, prudencia, dar buen ejemplo,
sencillez confianza, constancia y paciencia. Permite enseñar a administrar la libertad
con responsabilidad, de manera que los objetivos personales no produzcan
consecuencias negativas en otros por acciones poco virtuosas o viciosas. Por
consiguiente, educar en virtudes, es preparar para la vida, algo no exento de
dificultades; es educar para convivir en forma positiva, ser íntegro y ser para hacer el bien.