Bárbara Azócar Espinoza
Encargada de la Oficina de Apoyo de la Universidad del Desarrollo
Psicóloga, Magíster en Psicología Educacional
Cada cierto tiempo en los medios de comunicación, surgen temáticas referentes a la pérdida de trabajo de muchas mujeres y la dificultad que han tenido, estando en contexto de pandemia de retomar sus puestos de trabajo de manera presencial o más preocupante aún, poder conseguir nuevamente una fuente laboral.
La crisis sanitaria además, ha dejado en evidencia no solo la multiplicidad de funciones que muchas mujeres viven a diario, siendo trabajadoras, madres, pareja, dueñas de casa, amigas, etc. También ha dado paso a demostrar cómo finalmente se han adaptado con mucho esfuerzo a un contexto social y cultural que hoy ha cambiado de manera drástica y que les exige nuevas demandas.
Seguramente, al pensar en mejores condiciones para la mujer, lo primero que se nos ocurre es que tiene que haber un cambio, y que este se consolidará rápidamente por medio de la realización de más y mejores políticas públicas que regulen el acceso al empleo y aseguren la protección femenina en diversos ámbitos.
Sin desestimar que estas acciones son absolutamente necesarias y muy relevantes, al parecer no han sido suficientes, o más bien, no son el único camino que debemos transitar para ese esperado cambio social.
Si realmente queremos un cambio profundo y duradero, no podemos olvidar el proceso de transición, y menos aún, dejar de lado todos aquellos aspectos que lo favorecen. La sociedad en que vivimos no ha nacido de la nada, se ha construido por años y va respaldando la elaboración de creencias y paradigmas que sustentan nuestras acciones. Creencias que aprendemos desde muy pequeños y que marcan nuestro desempeño como adultos.
Imaginemos como sería nuestra sociedad si no nos hubiesen inculcado, consiente o inconscientemente a través de nuestra formación, que solo algunos (as) merecen cuidado y atención, que solo algunos (as) pueden solucionar sus problemas solos (as) y sin ayuda, que sólo algunos (as) deben controlar su agresividad, que solo algunos (as) deben estar al cuidado de los niños, que solo algunos (as) deben hacerse cargo del cuidado de la casa, que solo para algunos (as) está destinada la competencia y el logro, que solo a algunos (as) les corresponde alcanzar el éxito, entre muchos otros ejemplos que no hacen más que categorizar y ponernos límites difíciles de traspasar.
Por lo tanto, es acá donde cada uno tiene mucho que aportar, en lo formativo y en las acciones diarias en la interacción con otros, poniendo mayor énfasis en la formación y en la construcción de nuevas creencias que den sustento a una sociedad equitativa, donde para los niños del futuro sea normal ver igualdad, respeto y mejores condiciones para todos y todas.
Foto: Duna