Amigos de los Parques entrevistó a Josefina Hepp, agrónoma, investigadora y autora de diversos libros de ficción y no ficción, acerca de su trayectoria y la invitación que ha hecho a través de su trabajo a descubrir la naturaleza y preguntarse acerca de la crisis climática.
Josefina Hepp dice que siempre está trabajando en varios proyectos a la vez, compatibilizando sus actividades como agrónoma con las literarias, en un “línea divisoria cada vez más difusa”. Trabaja como consultora en un proyecto de jardín botánico, armando una fundación que se relaciona con comunicación y conservación junto a personas de distintas disciplinas, y planea volver al desierto nuevamente para hacer investigación.
En el mundo de los libros, su viaje ahora la lleva a explorar el mundo de los textos informativos: con la ilustradora María José Arce y la periodista Vivian Lavín se encuentran terminando “Viaje Natural –Plantas”, donde recorren diferentes lugares haciendo una curatoría de plantas hermosas de acuerdo a ciertos rasgos, entre otros proyectos relacionados con naturaleza, bosques, crisis climática y crisis hídrica.
“Guardo un espacio muy importante para mis historias de ficción, y quisiera poder dedicarles mucho más tiempo. El proyecto que estoy escribiendo ahora se llama La época de las estrellas y es la tercera parte de una saga juvenil en la que llevo trabajando varios años. Mi protagonista está en una colonia fuera de la Tierra, y mi intención es dar cuenta de la añoranza de los humanos que viven ahí, respecto de nuestro precioso planeta. Va a ser un relato bastante nostálgico”, cuenta Josefina Hepp en entrevista con Amigos de los Parques.
¿Cómo ha sido tu camino personal de encuentro con la naturaleza? y ¿qué aprendizajes has obtenido de la conexión con la naturaleza?
He tenido la suerte de estar en contacto, y de sentirme parte de espacios de naturaleza desde muy chica. Hay paisajes y especies en mi infancia que han quedado grabados en mí, en especial de un lugar al que voy desde antes de tener memoria, en Aysén, en el lago Rosselot.
Ahí fue donde surgió un amor y una admiración inmensa por la naturaleza, también una especie de temor reverencial que me parece sano; no es trivial quedarse por un momento sola en el bosque, rodeada de puros árboles. Hay algo profundamente vivo y profundamente antiguo ahí, una comunidad y una comunión que no siempre es posible de entender, pero que conmueve.
Ese es probablemente el lugar que más ha marcado mi vida, pero se han ido agregando otros a la lista. Cuando llegué a vivir a Temuco a los diez años, con mi familia recorríamos bastante buscando araucarias, lagos, termas y nieve, y todas esas maravillas que tiene la Araucanía. En esos paseos, no tuve necesariamente a alguien que fuera describiendo y nombrando exactamente lo que veíamos, pero sí tuve personas (mis papás, sobre todo) que acompañaron expediciones y me fueron revelando el placer del contacto con la naturaleza.
Rachel Carson dice en The sense of wonder que está segura de que “ninguna cantidad de ejercicios (o entrenamiento) podría haber implantado los nombres con tanta firmeza como simplemente atravesar el bosque […] en una expedición de descubrimientos emocionantes”. Estoy de acuerdo: la necesidad de nombrar y clasificar puede venir después, y para eso también he tenido amigos y guías (y libros) que me han enseñado.
Trabajas en varias disciplinas, entre ellas la investigación botánica y la literatura, ¿cómo surge el libro “Plantas y árboles de los bosques” de Chile?
Me encanta esta historia porque es una de total colaboración. Tuve la suerte de conocer a Martin Gardner y a Paulina Hechenleitner cuando fui a estudiar a Edimburgo en 2008, y desde entonces he seguido colaborando con ellos y con el Jardín Botánico de Edimburgo, que es una de mis instituciones favoritas. El proyecto del libro Plantas y árboles de los bosques de Chile había comenzado mucho antes, yo llegué más bien al final. Por lo que Martin me cuenta, él siempre había querido hacer una publicación de lujo, con ilustraciones botánicas muy detalladas, que contribuyera a resaltar el valor y la belleza de la flora chilena.
Como en Escocia cultivan muchas plantas del sur de Chile, por tener climas similares, tenían a mano gran parte del material que querían representar; de hecho, si se fijan en el libro, al final hay un listado de los lugares exactos donde están las plantas que sirvieron de modelo para cada ilustración, y son pocas las que fueron ilustradas en Chile. Tanto Gülnur Ekşi como Işık Güner, principales ilustradoras del libro, vinieron a nuestro país a buscar especies que les faltaban, Işık viajó a la zona de Los Lagos, donde encontró la nalca, por ejemplo; y Gülnur estuvo en la costa de la zona central, donde ilustró la pasionaria nativa, el azulillo y la añañuca de fuego.
En Edimburgo, nadie pensó que el libro iba a generar tanto interés en Chile, fundamentalmente por su precio elevado; por eso imprimieron tan pocos ejemplares en la primera edición, que se agotó de inmediato. Luego lo tomó Contrapunto e hizo una segunda y tercera ediciones, con los mismos contenidos, pero un tamaño más reducido, y mucha gente me cuenta que los busca para regalar a gente que ama las plantas, las acuarelas o ambas.
Mi anécdota favorita se relaciona con la dedicatoria del libro, a Catherine Olver. Ella fue una dendróloga que en algún momento de su vida participó en los viajes botánicos que hacían regularmente Martin y su esposa Sabina a Chile; quedó tan fascinada con estas plantas y estos bosques, que al morir dejó una herencia en manos del Jardín Botánico de Edimburgo para apoyar la conservación de flora chilena. Gracias a ella se pudo hacer no solo el libro, sino que varias otras pasantías y actividades relacionadas. En los agradecimientos del texto pueden leer más al respecto.
¿Tienes alguna invitación especial para quienes visiten los parques nacionales?
Es bonita la tarea de informarse un poco antes de llegar, se puede aprovechar mucho más la experiencia. Revisar no solo las rutas, senderos, sino qué especies son raras o especiales o llamativas en esos lugares, y luego dedicarse a buscarlas en una suerte de búsqueda del tesoro. Encuentro que muchas veces, haber leído sobre algo, y luego vivenciarlo, otorga un nivel más profundo de interacción; es parecido a conocer por fin a alguien muy esperado. Me pasó en La Campana con la Puya azul. Había visto fotos, pero nada se compara a ver en vivo esa silueta que es a la vez primitiva y estilizada; esos pétalos gruesos como de cera, y el color brillante del polen en los estambres. Muy emocionante.
¡También hay que conversar mucho con los guardaparques! Son los que conocen mejor los Parques y sus especies, y saben muchas historias y anécdotas interesantes. Si van en fechas donde no hay demasiado público, de seguro logran que les cuenten alguna.
Créditos fotografías: Josefina Hepp
Tapa de libro Contrapunto