Eugenio Rengifo
Director Ejecutivo Amigos de los Parques
Adiós a uno de los sabios de la tribu.
Ha partido al mundo inmaterial una de las grandes luces de esta Tierra, un ser que desde la biología logró iluminar la mirada de otras disciplinas y contagiarnos con un modo de estar, de ser, de cuestionar las certezas y abrir las posibilidades del entender, no desde el saber, sino desde el conocer. Humberto Maturana movió desde ahí la frontera del hacer, no desde la repetición, sino que desde la experimentación.
Sin duda fue una de las mentes más lúcidas de nuestro país, y sus aportes lo mantendrán vivo por generaciones. Maturana nos invitó a recordar el valor de la experiencia desprejuiciada, nos invitó a volver sobre “el abrazo, la ternura, el asombro, la mirada, la confianza de cuando éramos niños. Los adultos hemos perdido todo eso, para todo tenemos respuesta.”
Esta invitación y legado deberían contagiarnos para enfrentar la crisis climática y de extinción de especies por las que atravesamos actualmente, momento de la historia del planeta, en el cual como humanidad debemos repensar y reescribir nuestro futuro. Cambiemos la manera en que nos hemos acercado a este vital desafío: dejemos en nuestro sector ambiental el sentido de competencia y basemos nuestras dinámicas sobre uno de los pilares del pensamiento de Maturana, el amor y la colaboración como claves para el devenir de la vida en el planeta. Reconozcamos que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad de vida junto a todas las otras especies en el planeta. Y en ese sentido, contemplemos como valores principales, la empatía, el respeto a la naturaleza, los derechos humanos y una cultura de paz no sólo entre las personas sino entre los humanos y las otras especies con las que cohabitamos.
Sentirse parte y desde ahí cuidar y proteger nuestra naturaleza, es atesorar las reservas de belleza y libertad para el avance natural de la vida, para ello es fundamental entendernos y sentirnos parte del planeta, nuestro hogar.
Para honrarlo hay que leerlo y tratar de aplicar su mirada amorosa desde la biología. Su concepto autopoyético de la vida es una mirada esperanzadora de la infinita capacidad creativa de la vida, de la posibilidad de recomenzar y crear nuevas realidades desde la colaboración y la certeza de ser parte de una comunidad de vida en constante cambio estructural, pero que mantiene un continuo, el palpitar de la vida de la que todo ser vivo es parte. Este concepto de reciprocidad y dependencia es la base para comprendernos unidos al mismo nivel, para derribar la falsa dualidad de observador y observado y sumergirse con confianza en el fluir del río de la vida del que somos parte.
Esta es nuestra oportunidad para un cambio de mentalidad y de corazón, una prueba concreta de la interconexión de todas las formas de vida, así como un emplazamiento a una nueva mirada sobre la interdependencia global y responsabilidad universal. Esa es nuestra invitación a honrar al maestro. En sus palabras, la pregunta más fundamental pasa a ser: “Queremos convivir o no queremos convivir. Si queremos convivir vamos a dejar aparecer. Si dejamos aparecer, va a aparecer la honestidad, el mutuo respeto, la colaboración, la posibilidad de crear un mundo armónico.”