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El legado de Humberto Maturana en el IEB

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Instituto de Ecología y Biodiversidad

“¿Para qué educar? Para recuperar esa armonía fundamental, que no destruye, que no explota, que no abusa, que no pretende dominar el mundo natural, sino que quiere conocerlo en la aceptación y el respeto, para que el bienestar humano se dé en el bienestar de la naturaleza en que se vive”. (Humberto Maturana, 1998)

Conversaciones de pasillo, o dentro de un laboratorio junto a una taza de café, fueron instancias que muchos científicos y científicas chilenas, vivieron junto a Humberto Maturana, el destacado biólogo, filósofo y Premio Nacional de Ciencias, que recientemente falleciera a los 92 años.

A quienes tuvieron la oportunidad de ser sus estudiantes o colegas, no sólo les enseñó sobre biología o evolución, sino también sobre la necesidad de ampliar la mirada para observar el mundo, el valor del diálogo, la cooperación y capacidad de auto-creación y transformación del ser humano, como parte de un sistema.

Investigadoras e investigadores del Instituto de Ecología y Biodiversidad, reconocen este aprendizaje y la huella que Maturana dejó en ellos y en la manera de abordar la enseñanza. Mary Kalin, ecóloga del IEB y Premio Nacional de Ciencias lo conoció en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. Ahí compartieron almuerzos y reflexiones durante muchos años.

La bióloga reconoce a Maturana como un hombre amable, gentil, reflexivo y abierto a dialogar. “Es muy triste la partida de Humberto, un hombre bastante único de su generación y difícil de reemplazar. A él no le importaba mucho tener proyectos de investigación financiados. Sólo quería tener la tranquilidad de pensar y construir sus propias ideas. Hacen falta más personas de su estilo en la comunidad científica chilena actual, estresada por las presiones de ganar proyectos y publicar”, señaló la investigadora tras su fallecimiento.

El cofundador del IEB y Presidente de la Fundación Senda Darwin, Juan Armesto, también compartió con el autor de El árbol del conocimiento, desde que fuera su estudiante en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. Maturana fue su profesor de Biología Celular y Biología del Conocimiento y, además, cotutor de tesis, en la que Armesto buscaba entender cómo se formaban las comunidades de plantas y cómo cambiaban éstas en gradientes de espacio y de tiempo.

“En esa época el profesor ya era bastante famoso y compartimos un laboratorio que él nos prestó. Ahí, siempre nos dio espacio para trabajar libremente en nuestros experimentos, conferencias o reuniones, y eso nos hacía sentir capaces de crear, aunque a veces también lo echábamos un poco de menos. Sin embargo, la libertad que nos dio, fue fundamental, pues pudimos desarrollarnos en temas e investigaciones que eran muy disímiles al interior de ese laboratorio. Por otro lado, el Dr. Maturana también era muy conversador y le gustaba tomarse un cafecito y discutir. Su principal forma de enseñar era a través de las conversaciones, haciendo que éstas fueran frecuentes”, recuerda Juan Armesto.

En relación a su tesis, Humberto Maturana le enseñó que los seres vivos, como las plantas, tenían formas particulares de sobrevivir y adaptarse al entorno. “Nos mostró que esto estaba relacionado a su condición de seres biológicos y autopoiéticos -una de sus principales ideas sobre la evolución de los organismos vivos-, lo que determina muchas cosas que podemos estudiar en la interacción planta-ambiente. Sin embargo, él fue siempre más un neurobiólogo y filósofo, y su contacto conmigo y otras personas del actual IEB, fue a través de su visión particular de la ciencia y reflexiones sobre la vida”, señala Juan Armesto.

En ese contexto, el ecólogo advierte que el mayor aporte de Maturana fue la manera de entender la evolución de los seres vivos, en un mundo que es producto de la construcción de ellos mismos. “También, nos mostró cómo los seres vivos mantenemos un estado vital en un escenario que está sufriendo una gran cantidad de cambios. Actualmente, por ejemplo, estamos preocupados de superar esta gran crisis y para eso hay que reconocer la crisis y la forma de desenvolvernos en ella. Y eso es algo en lo que Maturana puede ayudarnos mucho, ya que él nos enseñó a observarnos a nosotros mismos, como parte del mundo natural y como agentes de cambio, a través del hacer”, señala el científico del IEB.

Armesto agrega que, como seres vivos, somos parte de la red de la vida, que incluye a toda la biodiversidad amenazada por grandes impactos, y que nosotros como seres humanos, no podemos mirarnos separados de ella. “Ésa es otra gran enseñanza que proviene del profesor y que nos guía en el Instituto de Ecología y Biodiversidad. Otro legado que nos dejó también, es entender que el diálogo es parte de una necesidad que debe hacerse en un espacio filosófico, que es el entendimiento entre las personas, a fin de compartir ideas en conjunto, más que competir. En ese sentido, en el IEB también buscamos que los estudiantes puedan explorar más sus motivaciones y tener espacios de conversación amplios y permanentes”.

Humberto Maturana durante taller en Senda Darwin, junto a Janet Brown (historiadora), Fabián Jaksic y Juan Armesto | Foto: gentileza CAPES

El legado de Maturana en el IEB ha ido más allá, pudiendo contar con la participación del Premio Nacional de Ciencias en algunas instancias académicas como el Curso de Biogeografía, que Armesto realiza periódicamente junto a la científica Carolina Villagrán, y Cursos en la Estación Biológica Senda Darwin.

La deriva natural y la cooperación

Otro investigador de nuestro centro que se nutrió de las enseñanzas del biólogo, fue Lohengrin Cavieres, académico de la Universidad de Concepción. “Fue un privilegio conocerlo, antes de ser su estudiante. Llamaba la atención el tono reflexivo que tenía, y de él aprendí a pensar y mirar un poco más allá. Durante sus clases nos enseñaba a pensar en la importancia del contexto para la experiencia”, recuerda.

En la Universidad de Chile, Cavieres realizó un curso sobre Evolución con Maturana, en el cual no sólo se abordaba el paradigma darwiniano sobre la competencia y conceptos como la selección natural. “Él llegaba con ideas revolucionarias que, por ejemplo, daban mucha importancia a la casuística o deriva natural de las cosas, como él le llamaba. Esta idea tenía que ver con una analogía. Si dejas un barco a la deriva éste va a terminar en algún lado, que no puedes predecir, influenciado por el viento, las corrientes y otros fenómenos. Y eso sin duda, nos abrió la mente para entender que existen otras formas en que la evolución opera. Nosotros escuchábamos este tipo de ideas en la sala de clases, cuando tomábamos un café o en los pasillos. Todo esto fue muy importante, ya que los grandes avances se producen cuando tu mirada se escapa de los cánones que tienes”, recuerda el investigador.

Cavieres destaca que su visión sobre la biología y la forma de mirar la naturaleza, son enseñanzas que Maturana traspasó con fuerza y que no sólo han contribuido a alimentar el conocimiento científico, sino que también, han inspirado e interpelado la manera de vivir en sociedad. “Yo me dedico a estudiar las interacciones positivas entre plantas, y en ese contexto, hemos podido ver que no todo se trata de competencia. La naturaleza nos enseña que las soluciones también van por el lado de la cooperación, algo que nos hace reflexionar más allá del problema científico, y nos muestra que podemos aprender de ello, para aprender a convivir mejor. Por todo esto, creo su legado es fundamental. Tras su partida corpórea, hemos visto además muchas reacciones de la gente, al destacar lo que él trasmitía sobre el amor, el escucharnos, la cooperación y de que, por sobre todo, somos seres emocionales”, concluye el científico.

Perfil de Maturana 

En 1950, Humberto Maturana ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. En 1954 se trasladó al University College de Londres para estudiar anatomía y neurofisiología, gracias a una beca de la Fundación Rockefeller. Y en 1958 obtuvo el Doctorado en Biología de la Universidad Harvard, en Estados Unidos.

A nivel científico, realizó destacados aportes en el campo de la neurociencia cognitiva y en la comprensión del cerebro y la percepción. Así, estableció que es el ojo y el cerebro, no el mundo, lo que determina cómo percibimos, contribuciones que permitieron nutrir sus estudios sobre la teoría del conocimiento, que desarrollara junto al científico chileno Francisco Varela.

En los años 70´ fue reconocido por su teoría sobre la Autopoiesis, referida a la cualidad de un sistema, capaz de reproducirse y mantenerse por sí mismo. Dicha idea, plantea que todo ser vivo es un sistema cerrado que continuamente está creándose a sí mismo y también, reparándose, manteniéndose y modificándose.

En 1994 recibió el Premio Nacional de Ciencias, específicamente, por sus trabajos en el campo de la percepción visual en vertebrados.

Más allá de sus reconocimientos y carrera científica, Maturana construyó un gran camino reflexivo, en el que manifestó interrogantes como ¿qué es el vivir?, incentivando además su proyecto de crear una sociedad colaborativa, basada en el diálogo, el respeto y el amor.

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