Por: Antonio Montero
Profesor del Departamento de Física
USM
La atmósfera es un elemento fundamental para la existencia de vida en la Tierra. Por un lado, dispersa completamente los fotones más energéticos provenientes del Sol y de otras fuentes cósmicas (desde el ultravioleta hasta los rayos gamma), cuyo efecto sería devastador para la habitabilidad del planeta. Por otro lado actúa como un invernadero, impidiendo que escape parte de la radiación que es reflejada por la superficie terrestre elevando así la temperatura del planeta hasta un nivel habitable. La función protectora de la atmósfera tiene, sin embargo, una contrapartida negativa para astrónomos y astrofísicos. Como si de un filtro se tratara, la atmósfera reduce y limita la resolución de las observaciones que podemos realizar desde la Tierra en todos los rangos del espectro electromagnético.
Pese a que existen técnicas para paliar el efecto de la atmósfera, la mejor manera de aumentar nuestra capacidad de observación es… salir de ella. En 1990, la NASA ponía en órbita el primer telescopio ultravioleta/óptico/infrarrojo espacial, el Hubble Space Telescope (HST), un reflector con espejo primario de 2.4 m de diámetro que revolucionaría la astrofísica y nuestra visión del Universo. Además de proporcionar algunas de las imágenes más bellas del cosmos, el HST, con su gran diámetro y una resolución sólo limitada por su óptica, ha propiciado descubrimientos asombrosos en campos como la evolución de galaxias, las lentes gravitacional, la cosmología o el estudio de los agujeros negros, entre otros. Ha dejado también una de las imágenes astronómicas más icónicas de la historia: el Campo Ultra-Profundo del Hubble, una “fotografía” que muestra más de 10000 galaxias a diferentes distancias. ¡Algunas de estas galaxias están tan lejos que habría que recorrer un 70% del tamaño total del Universo para llegar hasta ellas!
Tras más de 30 años de servicio, el HST será “reemplazado” en las próximas semanas por el James Webb Space Telescope (JWST), que, si no hay imprevistos, será lanzado desde la Guayana Francesa este 24 de diciembre. El JWST tiene un espejo primario segmentado de 6.5 metros de diámetro (¡más del doble que el del HST!) y una asombrosa temperatura de operación de unos -225 C. Se ha estimado que el nuevo telescopio espacial tendrá una potencia de observación 100 veces mayor que su predecesor. Como ocurriera hace tres décadas con el HST, los secretos que podrán ser revelados gracias a este avance tecnológico se antojan casi ilimitados.
El mayor tamaño y resolución de un telescopio nos permiten, esencialmente, observar más lejos (más profundo) y con mayor nitidez el Universo. La palabra observar adquiere en astrofísica un significado amplio. Significa medir la luz, transmisora de información que nos permite determinar las propiedades fundamentales de los objetos celestes. Como esta información, debido al carácter finito de la velocidad de la luz, demora un tiempo en llegar hasta nosotros, observar más lejos significa mirar atrás en el tiempo. La potencia y resolución del JWST nos permitirán, por primera vez, medir la luz emitida por las primeras galaxias, unos cientos de millones de años después del Big Bang (es decir, ¡unos 13500 millones de años atrás!). El JWST, sucesor del exitoso HST, nos hará espectadores de excepción en uno de los procesos más importantes de la historia del Universo: el nacimiento de las primeras galaxias.