Eliseo Lara Órdenes
Director Programa de Pedagogía en Educación Media
Universidad Andrés Bello
La entrega reciente del Premio Nacional de Artes Musicales 2024 a don Valentín Trujillo Sánchez no es sólo un gesto afectuoso de un país hacia uno de sus músicos más queridos y longevos, sino que también representa un acto de justicia, valorando la extensa trayectoria de Trujillo, su dedicación a la música, y su empeño por acercar el arte a todos los sectores de la sociedad, especialmente a aquellos más difíciles de alcanzar, como los niños y jóvenes.
En un país donde la cultura ha estado con frecuencia asociada a grupos cerrados, a ciertas élites, el “tío Valentín” ofició como divulgador de las artes y en especial de la música popular chilena desde distintos frentes, como educador, músico y hasta como personaje televisivo, con una dedicación, entrega y amor que se complementan con un evidente talento musical y que, sin duda, fue lo que lo convirtió en una figura entrañable.
Su reacción al recibir el Premio Nacional fue de gratitud y emoción, aunque también dejó en el aire la queja por la larga espera que significó, tras postulaciones anteriores fallidas. El pianista desde hace muchos años que ha dejado una huella importante en generaciones de chilenos y chilenas, siendo un impulsor del arte, no solo en su interpretación y creación, sino también en su enseñanza. Durante sus primeros años de trabajo en la televisión, Trujillo no dejó de impartir clases de música en escuelas públicas, labor que mantuvo durante veintisiete años.
Esta dedicación a la educación musical demuestra no solo su compromiso con la música, sino también con la formación de nuevas generaciones, ayudando a jóvenes a descubrir su talento artístico y su amor por la música. Ha logrado demostrar que el arte puede ser un vehículo de transformación, que nos enriquece como personas y como país, a propósito, también de las festividades que se acercan, donde la independencia se llena de sonidos y celebraciones con canciones populares y llenas de símbolos estéticos propios, muchas veces identificados peyorativamente como folclóricos.
Este reconocimiento a don Valentín Trujillo trasciende lo simbólico. Es una declaración contundente de que el arte no es exclusivo de unos pocos. Su labor como pianista, compositor y director de orquesta ha sido fundamental en la música chilena, mientras que su presencia en la televisión, mezclada con su innegable sentido del humor, tendió un puente a las nuevas generaciones.
Que pianistas de todo Chile hicieran una campaña para que obtuviera este reconocimiento, que educadores, redes sociales y quienes siguieron su trayectoria, siempre con la presencia de un piano de por medio, aunque estuviera con un corpóreo emplumado en un estudio de TV, es un ejemplo viviente de cómo la música puede unir a personas de todos los orígenes y contextos.
El Premio Nacional de Artes Musicales al igual que el Premio Nacional de Historia del profesor Cesar Ross, ha recaído en dos figuras docentes, mostrando la relevancia histórica de quienes forman a las nuevas generaciones, contraviniendo muchos discursos contra los y las docentes. Simplemente gracias, tío Valentín, y perdone la tardanza.