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María Teresa Ruiz y José Maza, Profesores Eméritos U. de Chile: “Cerro Calán es lo más permanente que hemos tenido en la vida”

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Hace seis décadas ingresaron a la Casa de Bello como estudiantes y desde entonces han construido una vida en torno a ella. Compartieron clases, largas noches de observación astronómica, crearon cursos innovadores, recibieron consecutivamente el Premio Nacional de Ciencias Exactas, y el pasado 21 de agosto fueron nombrados Profesores Eméritos juntos. En esta entrevista, repasan su historia y el profundo lazo que mantienen con la Universidad de Chile.

Las noches de observación en los telescopios del Observatorio Astronómico Nacional de Chile, ubicado en las dependencias del Departamento de Astronomía de la Universidad de Chile en Cerro Calán, a María Teresa Ruiz y José Maza se les hacían largas. Tomaban café, pero mantenerse despiertos era un desafío. Por eso, a veces, sacaban cuentas. El profesor Maza tomaba un lápiz y calculaba: ¿podríamos, como país, llegar a tener 200 astrónomos? 

“Hagamos algo más razonable”, respondía la profesora Ruiz, y proponía que pensaran cuántos estudiantes tenían que entrar por año para llegar a tener 30 o 40 astrónomos en Chile. “Y bueno, sin darnos cuenta, cerramos los ojos un día y cuando los abrimos hay… ¿cuántos? ¿200 astrónomos y astrónomas?”, dice la académica hoy, en la oficina del director del Departamento de Astronomía, que ella misma utilizó entre los años 2001 y 2005, cuando estuvo a la cabeza de la unidad.

Junto a ella, como casi siempre durante su carrera académica y de investigación, está el profesor Maza. “Hay más”, responde, “hay como 300”. Antes, recuerda, era muy distinto. “De mi generación, fui el único valiente que se metió en Astronomía. De la generación de María Teresa, era ella y Pablo Orrego. Y casi todas las generaciones siguientes eran uno, dos o máximo tres estudiantes. Ahora hay una explosión que uno casi no entiende. A la U. de Chile entran más de diez estudiantes cada año a Astronomía, y creo que entran más de 100 alumnos a lo largo y ancho del país”, cuenta.

“Una explosión que uno casi no entiende”, dice el profesor Maza, el mismo que dio una charla para 10.300 personas en el Estadio La Portada de la Serena en julio de 2019, en lo que ha sido la charla sobre ciencias más masiva de toda la historia de Chile. Él, en cambio, atribuye la “explosión” al hecho de que hoy existen más observatorios y mejor tecnología. La profesora Ruiz, cuyo libro “Hijos de las estrellas” se publicó por primera vez en 1998 y fue reeditado en 2017, señala que también incide el hecho de que los observatorios en todo el mundo ahora tienen una exigencia con respecto a la difusión de su trabajo.

La profesora Ruiz recibió el Premio Nacional de Ciencias Exactas en 1997 y el profesor Maza en 1999. Juntos, también, recibieron el título de Profesor Emérito de la Universidad de Chile el pasado 21 de agosto de 2024, en una emotiva y concurrida ceremonia en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas.

De vuelta en la que ha sido por décadas una casa para ambos, repasan juntos lo que ha sido su historia dentro de la Universidad de Chile.

La carrera conjunta de “dos jóvenes promesas”

Eran muchas las noches de observación astronómica. En esas noches, además de hacer cálculos hipotéticos sobre la población de astrónomos del país, ideaban cursos para dictar en la Universidad. Porque fueron, además, profesores que hicieron clases con una convocatoria muy exitosa, como fue el caso de “Astronomía a dos voces”, que dictaron juntos en el Salón de Honor de la Casa Central, a comienzos de la década del ‘90. 

María Teresa Ruiz (MTR): Yo iba hablando de cosas astronómicas y José iba hablando de la aventura humana que estaba detrás de eso, porque las cosas no se descubren así no más. Entonces José, que era muy experto en toda la historia de la astronomía, de la física y de las matemáticas, le ponía carne, le agregaba las personas que habían descubierto esas cosas. Teníamos inscritos como 300 alumnos, porque era un curso general, pero además abrían las puertas del Salón de Honor y las de la Casa Central, y cuando iba pasando gente por la Alameda empezaba a mirar y entraba. Teníamos personas que entraban de la calle sentados en la primera fila, fascinados con la clase.

José Maza (JM): Yo hablaba de Kepler. “Kepler, que fue un alemán que hizo no sé qué”, y María Teresa hablaba de las leyes de Kepler. Después yo hablaba de Newton. “Newton era un inglés que no sé qué”, y después ella hablaba de las leyes de Newton. Y así nos íbamos. Yo contaba la historia y María Teresa la astronomía, que iba en paralelo. Una vez lo hicimos en la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas, cuando estaba en Vicuña Mackenna 20 –el edificio se incendió en 1992– y fue el Rector Riveros el que nos dijo: “ya, usen el Salón de Honor”. Había ciertas reticencias: que no, que esto se usa solo de vez en cuando, pero nos dejaron usar el Salón. Era muy divertido porque, por ejemplo, teníamos alumnos de Leyes que pifiaban si yo anotaba la fórmula del teorema de Pitágoras. Lo tomó una sobrina mía que estaba estudiando Veterinaria y me decía que era la primera vez que iba a la Casa Central. Fue un curso muy bonito. 

MTR: Cuando tomábamos pruebas, llegaba gente a la prueba que no estaba inscrita ni nada. Nos quedábamos cortos de fotocopias. Para las clases proyectábamos imágenes en un telón, que deben haber sido transparencias o diapositivas. Se veía de afuera y era muy lindo.

– Profesor Maza, usted también hizo el curso “Historia de la Astronomía” durante varias décadas, ¿cómo surgió ese ramo?

JM: En el año ‘68, el Centro de Estudios Humanísticos de la Facultad contrató a un profesor que era muy especial, Desiderio Pap, que hacía clases en Veterinaria, y él hizo un curso de “Historia y Filosofía de la Ciencia”. Yo tomé ese curso por dos años, aunque ya tenía todo aprobado. Lo tomé simplemente porque me daba la gana y porque quedé enamorado del tema. Después me fui a Canadá a hacer mi doctorado y cuando volví resulta que don Desiderio había dejado de hacer su clase. Yo ofrecí, patudamente, hacer un curso, porque tenía todos los apuntes y tenía muchos libros que ya me había leído. En el instituto ofrecían cursos más humanistas de lo que yo podía hacer, pero yo ofrecí con mucho respeto este curso, que no me atreví nunca a ponerle “Historia y Filosofía de la Ciencia” y le puse “Historia de la Astronomía”. Llegué a tener 150 inscritos. Me dieron la F10, la misma sala donde tuve mi primera clase como estudiante y que me impresionó por su tamaño, y estaba llena la sala. En las clases yo me dedicaba a contar cuentos, pero escribía apuntes donde estaban ordenaditas las ideas. Todos los semestres tuve más de 100 alumnos inscritos y estuve 40 años haciendo el curso. 

– ¿Hicieron otros ramos en conjunto?

JM: Hicimos “Vida inteligente en el Universo”, que fue también muy exitoso, con profesores de estudios humanísticos que daban un punto de vista distinto. Llevábamos a un arqueólogo que hablaba de si habíamos sido “visitados” en el pasado, a raíz de toda esta tontera de que las pirámides la hicieron los ovnis, y ese arqueólogo, que era Mario Orellana, lo discutía. También había biofísicos, el Pepe Tohá (Castellá) con María Pibert, que ponían un poco de biología. Y ese curso también tenía 120 alumnos. Y ahí los astrónomos hacíamos dos o tres clases. Yo hablaba de repente de galaxias y cosmología. Después venía otro que hablaba de estrellas, después venía otro que hablaba de planetas, y después de planetas habitables. Luis Campusano era el coordinador del curso. 

– ¿Cómo era la vida en Cerro Calán?

MTR: Tomábamos muchos cafés. La verdad que aquí éramos poquitos, entonces era una comunidad bien conectada. Almorzábamos todos juntos aquí en el casino y ahí se resolvía el mundo, se hablaba de política o de lo que fuera. Las pocas mujeres que habíamos éramos también bien cercanas. Todas estábamos teniendo hijos chicos, así que teníamos mucho tema para conversar. Para tejer, teníamos un club de tejido: después de almuerzo, nos sentábamos ahí en el pasto y tejíamos mientras una persona leía. Agarrábamos un libro y empezábamos a leer, nos turnábamos para leer un capítulo cada una.

– ¿Libros de astronomía o literatura?

MTR: Literatura, literatura. Era bien divertido y bien familiar. Por eso a mí me cuesta mucho pensar en dejar esta casa, porque ha sido como mi casa desde hace 50 años, ¿no? 

– Para sus familias, me imagino, debe haber sido también como su casa

MTR: Claro. Para mi hijo, José es el tío José, Guido (Garay) también es el tío Guido. Cuando eran chicos se la pasaban aquí, jugaban entre todos los niños. Esto es como tu casa. Y ahora yo llego acá y la mitad de la gente no habla castellano, y no sé quiénes son.

JM: Se ha “industrializado” un poco más. Yo me jubilé en septiembre del año pasado, pero ya hay toda una generación más joven y yo, por lo menos, estoy más desconectado con ellos. Este lugar a mí me produce una cuestión muy fuerte, porque yo he vivido en distintos lados –he vivido en Canadá, he vivido algunos periodos en España o en Estados Unidos–, pero Cerro Calán ha sido mi constante desde el año ‘66, que pisé Calan por primera vez. Esto es lo más permanente que hemos tenido en la vida.

MTR: Yo llevo seis meses jubilada, me jubilé en abril, y me pasa lo mismo. Además, que yo me acuerdo cuando saqué ese cuadro –apunta al retrato de Alberto Obrecht, director del Observatorio Astronómico Nacional (OAN) entre 1886 y 1908, que está detrás del escritorio–, lo saqué de no sé dónde y lo colgué ahí cuando yo era directora. Esas cosas de ahí también las fui a sacar de un cachureo que había aquí y ahora son parte de esta historia, aquí, del edificio. Esos relojes, todas estas cosas nosotros sabemos de dónde vienen. Fue una época en la que no había plata para nada, entonces por ejemplo hacíamos cortinas para poder oscurecer los lugares. Hacíamos una vaca para comprar el género, lo íbamos a comprar, y después la Lily, que era una de las secretarias, las cosía y nosotros les poníamos los ganchitos, las colgábamos y las inaugurábamos. Y la inauguración era hacer un queque. Alguien hacía un queque y con eso sobrevivíamos, sobrevivíamos bastante bien.

– Ustedes han tenido una trayectoria con muchas coincidencias. Ahora ocurre también que reciben el título de Profesores Eméritos juntos. ¿Cómo se sienten con respecto a ser Profesores Eméritos de la Universidad de Chile? 

MTR: Cuando me llamaron por teléfono para avisarme que ya había salido mi jubilación y que ya no formaba parte de la U. de Chile, me lo comentaron como una súper buena noticia, y a mí me vino una cosa que no esperaba. Es como cuando uno dice “si alguien me asalta, no me voy a defender”, pero de repente te asaltan y tu cuerpo o tu mente reaccionan de una manera que no esperabas. Con esto me pasó lo mismo. Me dijeron eso y fue como que me hubieran pegado un mazazo en la cabeza, me quedé sin habla, sin saber qué pensar. Me dio una tristeza muy grande, fue como que me quitaran una extremidad de mi cuerpo… ¿Cómo voy a dejar de ser parte de la Universidad de Chile? No puedo, no puedo dejar de serlo. Fue una cosa bien traumática. Pasó un tiempo y un día estaba en la última reunión del directorio de Aura en Estados Unidos y cada persona alrededor de la mesa se estaba presentando por orden. Cuando iba llegando a mí, yo pensaba “qué digo, porque yo ya no soy de la U. de Chile”. Estaba ahí, en esa disquisición, y me llegó un WhatsApp de la Rectora diciendo: “Buenos días, Profesora Emérita”. Justo me tocó presentarme y dije “yo soy María Teresa Ruiz, Profesora Emérita de la Universidad de Chile” y fue como un alivio tremendo, fue como un antídoto a la pena que tenía. 

JM: A mí no me pasó lo que narra María Teresa, pero yo tengo en mi computador por lo menos 20 charlas relativamente distintas que he dado en los últimos diez años. Yo solía ser parte de un proyecto grande que se llama CATA, el Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines, entonces en el PPT tenía el logotipo del CATA en una esquina y la insignia de la Universidad de Chile en la otra. Hace dos años dejé de ser parte del CATA, entonces lo saqué. Cuando me jubilé, para ser consistente, quité el emblema de la Universidad y dejé solamente: José Maza Sancho. Y cuando me dieron la investidura de Profesor Emérito, dije “ahora puedo volver”. Entonces volví a rescatar el logo de la Universidad y puse de nuevo “José Maza, Universidad de Chile”. De repente algunos me dicen “¿por qué no mandas tu currículum a alguna otra universidad?”, pero yo no me imagino siendo contratado en ninguna universidad que no sea la Universidad de Chile. 

– Pensando en el camino que han tenido en común, ¿les hace sentido haber recibido este título en conjunto?

MTR: A mí sí. Y además encontré que me facilitaba un poco la parte emotiva, porque había otro que estaba pasando por lo mismo. Si hubiera sido otra persona, me habría dado lata.

JM: Yo creo que lo mismo. A mí cuando me dijeron que nos lo iban a hacer a los dos juntos, pensé “tenemos una carrera juntos”. Creo que fue en el año ‘69 cuando Luis Alberto Ganderat nos hizo una entrevista para la revista de El Mercurio. Entonces estamos los dos, puedes imaginarte que un poco más jóvenes que ahora, y nos presenta como “el futuro de la astronomía en Chile”, “las dos jóvenes promesas”. Teníamos veintipocos años los dos, y estamos ahí en esta entrevista.

MTR: Con unas caras increíbles. 

JM: ¡Yo tenía una barba negra, tenía hasta pelo! Entonces hemos hecho una carrera paralela, muchas veces hemos trabajado juntos, así como otras cosas las hemos hecho totalmente separados.

MTR: Y trabajamos juntos en muchas cosas porque estábamos solos. No había mucha gente, entonces si uno quería conversar sobre cómo iba tu proyecto de investigación, tenías que trabajar con la única otra persona que había por ahí.

JM: Eso no se valora mucho, pero la Academia no puede ser un trabajo solitario. Hay una anécdota. Un gran filósofo de la ciencia, que se llamaba Jacobo Bronowski, terminó su doctorado en Cambridge después de la Segunda Guerra Mundial y estaba en un sótano en una pieza, que la compartía como con diez más. Tenía un pedazo de un escritorio. Le hicieron una oferta para que se fuera a Nueva Zelandia: un tremendo billete, un lugar precioso. Partió. Llegó allá, dice que el lugar era idílico. Tenía una oficina tal vez tan grande como esta. Él trabajaba en Galileo en esa época y salía a tomar café a las 10:30 y se encontraba con sus colegas. “Oye, mira, parece que Galileo, ese día…”, les decía, pero a los cinco minutos le habían cambiado el tema. Él decía que el lugar era maravilloso, tenía un lindo sueldo, una linda oficina, pero no podía hacer nada, porque todo lo que a él lo motivaba, no motivaba a nadie más. Estuvo un año en Nueva Zelandia y se devolvió al cuchitril donde estaba, ahí en Cambridge, porque ahí estaban todos haciendo cosas. La atmósfera intelectual es muy importante. Si uno no tiene otros colegas con los cuales compartir las inquietudes, al final se te va secando el cerebro.

MTR: Y la emoción. ¿Te acuerdas cuando encontrábamos estrellas rápidas? 

JM: Claro. “¡Mira, ahí está!” 

MTR: Todo lo celebrábamos, era nuestro alimento espiritual

– ¿Y ahora cuál es su sentimiento al dejar la Universidad?

JM: Bueno, era el fin de un ciclo y por lo menos a mí me pareció adecuado ponerle fin, porque yo adelanté mi propia jubilación. Debo confesar acá que yo nunca me imaginé yéndole a dar pan a las palomitas en la plaza. Pensaba en escribir libros de divulgación, porque sigo escribiendo un libro por año, ya tengo otra pega con eso. Estoy escribiendo dos libros: uno, que es el libro de verdad que hago yo, y el otro, que es la versión para niños, que la hacemos en un trabajo colectivo. Me entretengo mucho porque “mientras más uno vive, más aprende”, pero el problema es que llega un momento en que se empiezan a olvidar las cosas. Uno hace ejercicios para que las neuronas, las que van quedando, hagan algo de gimnasia.

MTR: El otro día vine a tratar de ordenar un poco mi oficina, o sea, de vaciarla. Empecé a sacar los archivadores y a abrirlos, y estaban los espectros y las cosas. Me acordaba en lo que estábamos trabajando y de tantos trabajos que todavía quedan ahí, que no están terminados, y decía: “qué ordenadita era”. Me empezó a dar una pena tremenda. Así que al final me fui, no más, porque ese día quedé para el gato. Ahora tengo que seguir haciendo eso. Fernando –su marido– me dice: anda y bota todo, ¡pero es que es que hay tantas cosas! Tengo guardados unos diarios y revistas importantes en que mencionaron nuestro trabajo en los años 80. Nosotros estábamos haciendo ciencia que era tomada por la prensa especializada internacional. Entonces, cuando vi eso, dije “no lo hacíamos nada de mal”.

Consuelo Ferrer, Prensa Rectoría U. de Chile Fotografías: Gloria Henríquez

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