José Luis Muñoz Pincheira
Académico Facultad de Ingeniería
Universidad Andrés Bello
La crisis en Ecuador ha evidenciado la fragilidad de los sistemas energéticos nacionales en América del Sur. La dependencia de un solo tipo de fuente de energía genera vulnerabilidades ante eventos climáticos, fallos en infraestructura o cambios geopolíticos. La región, rica en recursos naturales como hidrocarburos y energías renovables, está en una posición única para enfrentar estos desafíos mediante una integración energética que favorezca la resiliencia y la estabilidad.
Las principales fuentes de energía en América del Sur son variadas: en Brasil, la hidroelectricidad domina el panorama energético, representando aproximadamente el 60% de la capacidad instalada del país. En Chile, la energía solar y eólica han crecido significativamente, alcanzando el 34% de la matriz energética. Argentina combina gas natural, que constituye alrededor del 55% de su generación eléctrica, y energía hidroeléctrica, con un 22%. En Colombia, la hidroelectricidad representa más del 70% de la generación de electricidad, complementada con gas natural y carbón.
El modelo europeo puede ofrecer una visión interesante sobre cómo avanzar. Europa ha logrado una integración energética significativa con un mercado eléctrico interconectado que permite el flujo de energía entre países según la oferta y la demanda. Esto ha sido posible gracias a una infraestructura que conecta naciones con diferentes fuentes energéticas, mitigando la volatilidad del mercado y aumentando la seguridad del suministro. Durante la crisis del gas ruso, el intercambio de energía eólica y solar entre países como España y Alemania ayudó a estabilizar precios y garantizar el suministro. Por ejemplo, en 2022, el intercambio energético entre países de la Unión Europea permitió evitar apagones en al menos cinco países, gracias al flujo continuo de energía renovable.
Una integración energética en América del Sur podría mejorar la seguridad energética. Al compartir recursos, los países reducirían su dependencia de una sola fuente de energía o proveedor específico. Además, la diversificación de fuentes ayudaría a reducir el impacto de las fluctuaciones en los precios de los combustibles fósiles, estabilizando así el costo de la electricidad. En 2021, la volatilidad de los precios del gas natural llevó a incrementos del 40% en los costos de electricidad en varios países de la región. Una integración podría ayudar a mitigar estos efectos mediante el uso de recursos complementarios.
La integración también podría contribuir a los objetivos de sostenibilidad, permitiendo una mayor incorporación de energías renovables. Un sistema interconectado gestionaría mejor la intermitencia de las fuentes renovables, como el sol y el viento, permitiendo que la energía fluya hacia donde sea necesaria. Según estimaciones del Banco Interamericano de Desarrollo, una red interconectada en América del Sur podría aumentar la participación de energías renovables en un 20% adicional para 2030, reduciendo así las emisiones de CO2 en aproximadamente 100 millones de toneladas al año.
Quizás el sueño bolivariano de una sola gran nación no sea posible, pero una integración energética podría serlo. Sin embargo, la falta de infraestructura y la inversión necesaria para construir redes de transmisión internacionales sigue siendo un gran obstáculo. Los costos iniciales son elevados: se estima que la inversión para una red de transmisión eléctrica internacional en la región podría ascender a más de 15.000 millones de dólares. Además, la cooperación política en la región, a menudo fragmentada, podría ser difícil de lograr. También existen riesgos de soberanía energética, ya que los países podrían sentirse vulnerables al depender de los recursos de sus vecinos.
El ejemplo europeo muestra que la colaboración no siempre es sencilla, especialmente cuando surgen tensiones económicas o políticas. No obstante, los beneficios de un sistema interconectado han sido significativos al enfrentar crisis. En América del Sur, la voluntad política será esencial para superar los retos y crear una plataforma de integración que permita enfrentar mejor los desafíos del cambio climático y las fluctuaciones del mercado global.
Es momento de plantear una visión compartida y aprovechar las riquezas naturales de nuestra región para garantizar un futuro más seguro, sostenible y resiliente. Solo a través de la colaboración podremos asegurar que los apagones y las crisis energéticas sean cosa del pasado y que nuestra energía sea un motor de desarrollo y no un factor de incertidumbre.