Carlos Vignolo
Académico Ingeniería Industrial, Universidad de Chile
“El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo”
Demián. Hermann Hesse
¡Los partos duelen!¡ No sólo a las madres! ¿Por qué el venir al mundo tendrá que ser tan doloroso? ¿Qué habremos sentido cuando nuestra madre pujó, empujó y nos expulsó de su vientre, donde habíamos vivido calentitas, alimentadas y protegidas durante esos fundamentales primeros meses de nuestra configuración como seres humanos?*
* En esta columna me he atrevido, por primera vez, a ir por la versión femenina, “a” en vez de “o”. Tres razones. Evitar el tedioso “las/los”. Manifestar mi adhesión al movimiento matríztico anti-machista (Feminista me parece un mal nombre. Suena a machismo del signo contrario). Hacer un modesto aporte a tomar consciencia de la conveniencia y urgencia de establecer una cultura del cuidado en Chile y el mundo. Esta tan central virtud se da más en la componente femenina de los humanos.
¿No será esa forma de venir al mundo un mensaje de la sabia naturaleza acerca de en qué consiste vivir? ¿No será ese uno de los grandes problemas de los “humanos” y la “humanidad”? No queremos tener problemas. No queremos sufrir.
¿No será ese uno de los mensajes de esta brutal pandemia? Que tenemos que detenernos, expandir nuestra consciencia del mundo y de nosotras mismas, despertar, evaluar lo que hemos hecho, dónde estamos y para dónde estábamos yendo, atrevernos a sufrir, pujar…¡Morir!… ¡Y volver a nacer! Mejoradas, liberadas, renovadas.
¿No será también esta una señal de que a futuro el sueño de una vida predecible, controlable y apacible será aún menos viable de lo que pareció posible en algún momento?
¿No será este un buen momento para tomar consciencia cabal de que Darwin no postuló que quienes sobreviven son los más fuertes, los más rápidos, los más inteligentes, los más creativos, los más “cultos”, los más famosos o los más ricos, sino quienes se adaptan mejor y más rápido a los cambios del medio ambiente?
Todo hace pensar que el nivel de consciencia, de sí y de mundo, la capacidad de desapegarnos y mantenernos en estado de alerta, la capacidad de desaprender y volver a aprender, y la resiliencia serán competencias centrales para vivir y convivir bien en las Nuevas Realidades y en los Nuevos Paradigmas.
¿No será este un buen momento para tomar consciencia también de que normalmente es a partir de las crisis, que nos sacan de nuestras zonas de confort, que hacemos los cambios que tenemos que hacer para sobrevivir biológicamente, prevalecer espiritualmente y desarrollarnos integral y sustentablemente?
Lo más importante de todo, en el caso particular de Chile, ¿no serán estos dramas que nos ha tocado vivir últimamente -el estallido social primero y el estallido viral después- una fuerte señal y una muy buena oportunidad para tomar consciencia de que somos seres interdependientes, de que nuestra calidad de vida…¡y el seguir con vida!… depende de lo que otras personas hagan? Y de que la vida de otras personas depende de lo que yo haga.
El coronavirus nos ha hecho ver que somos un factor de riesgo para aquellas con quienes convivimos en el hogar, en el trabajo y en la vida social. Somos potenciales agentes de enfermedad y muerte. Si soy irresponsable, no me cuido y no cuido, son otras personas las que pueden pagar las consecuencias. Con su vida incluso. Pueden ser nuestras madres y nuestras abuelas, una hermana u otras personas con alguna enfermedad crónica. Si otras personas no se cuidan y no me cuidan, las consecuencias las puedo pagar yo. Con la vida incluso.
Si no soy cuidadosa de mí, no lo puedo ser de otras personas ni puedo serlo del medio ambiente natural, aunque me declare ecologista. No puedo amar a otras más de lo que me amo a mi misma. Y no puedo amar a mi entorno animal y vegetal más que lo que me amo y amo a mi entorno humano.
Sin consciencia de esto puedo estar siendo agente de deshumanización y de destrucción del planeta. Es por eso por lo que la expansión de la consciencia de sí es el primer y crucial paso para ser verdaderamente ecologista.
El coronavirus puede ser un “Gran Despertador” que nos ayude a tomar consciencia respecto a la urgente necesidad de generar una cultura del cuidado. Si ello ocurre y empezamos a cuidarnos mejor, física, psíquica, emocional y espiritualmente, si empezamos a “ver”, sentir, empatizar y cuidar de las demás y si empezamos a “ver” y cuidar del entorno natural, estaremos -al mismo tiempo- contribuyendo a Humanizar la Humanidad y salvar el planeta que nos alberga.
Si partimos por ser todas “cuidadoras” seremos todas ecologistas integrales, que entendemos que la ecología parte por cuidarnos a nosotras y entre nosotras para, desde allí, como comunidad realmente humana -que se respeta y ama-, cuidar del medio ambiente en el que vivimos. Por eso “maternizar” parece ser un muy buen camino para mejorar la educación, la salud, la economía, la gestión y la política. También para detener y mitigar los sufrimientos generados por las crisis sanitarias y otras, como lo muestra la gestión femenina de la pandemia del coronavirus en otros países.