Proyecto liderado por el Programa de Virología del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Facultad de Medicina busca implementar el tercer laboratorio de estas características en Chile. Las instalaciones permitirán desarrollar investigación en virus, bacterias o parásitos causantes de enfermedades graves, como hantavirus, VIH, SARS-CoV-2, así como la formación y entrega de servicios de alta especialización. “Esta iniciativa está muy en sintonía con el proyecto del laboratorio de vacunas que tiene la Universidad de Chile en el Parque Carén”, destacó el profesor Aldo Gaggero, director del proyecto.
Estas nuevas dependencias permitirán tanto la investigación con patógenos del grupo de riesgo de nivel 3, es decir, capaces de causar enfermedades de gravedad o incluso mortales en personas o animales, como también la formación y certificación de recursos humanos especializados para el trabajo en este tipo de recintos de bioseguridad. La iniciativa es impulsada gracias a recursos provenientes del Programa de Estímulo a la Excelencia Institucional de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo (VID) de la U. de Chile, los que fueron concursados internamente por la Facultad de Medicina de nuestro plantel el año 2017.
La adjudicación del proyecto a cargo del Programa de Virología del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICBM) permitió el inicio de las obras de infraestructura destinadas a la habilitación del espacio de 140 m2 que ocupará este nuevo laboratorio en el tercer piso del sector J del edificio del Campus Norte de nuestro plantel, el cual durante muchos años estuvo en desuso. Las obras, que están siendo ejecutadas y supervisadas por personal de la Dirección Económica y de Gestión Institucional, incluyen normalización de red eléctrica, obras civiles y climatización, entre otras.
Los doctores Aldo Gaggero, director del proyecto, y Fernando Valiente, coinvestigador, ambos académicos del Programa de Virología del ICBM, señalaron que “la pandemia de COVID-19 puso en evidencia la necesidad de contar con este tipo de laboratorios, puesto que en ellos no solo se puede investigar en virus, bacterias o parásitos causantes de enfermedades humanas o animales graves, con consecuencias económicas importantes, sino que, además, podríamos por ejemplo haber contribuido con otro tipo de servicios, como la certificación de productos desinfectantes apropiados para este tipo de patógenos, solicitudes que crecieron ocho veces entre el 2019 y el 2020, entre otras muchas posibilidades”.
Este es un proyecto transversal que está actualmente en proceso de evaluación, y que contempla la participación de expertos tanto de la Facultad de Medicina como de las universidades de Antofagasta, Atacama, Católica de Valparaíso, Andrés Bello, Mayor, de Santiago, de Concepción, Austral y Magallanes, además del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG). “Actualmente en nuestro país solo dos instituciones tienen laboratorios de bioseguridad de este tipo: el Instituto de Salud Pública y la Pontificia Universidad Católica, lo cual es insuficiente para cubrir todos los requerimientos de investigación y sanitarios, tanto a nivel de academia como en prestación de servicios”, añaden.
Diferentes niveles de bioseguridad
Según la Organización Mundial de la Salud, los niveles de contención de seguridad que deben ofrecer los laboratorios se clasifican según el tipo de microorganismo o volumen de patógenos que se analice en estos. Así, agentes del grupo de riesgo de nivel I –es decir, de bajo riesgo individual y comunitario, como bacterias, hongos, virus y parásitos que no causan enfermedades a personas ni animales-, requieren nivel de contención de bioseguridad BSL-1, “que son los laboratorios como tradicionalmente los conocemos, en los que se hacen estudios más sencillos o docencia”, explica el doctor Gaggero.
Luego, los agentes del grupo de riesgo de nivel II son patógenos que pueden causar enfermedades a humanos o animales, pero que habitualmente no causan riesgos serios a trabajadores de laboratorio, la comunidad, los recursos naturales o el medioambiente. Además, cuentan con tratamientos efectivos, medidas preventivas y la posibilidad de dispersión en la comunidad es bajo. Para ello se requieren laboratorios con nivel de contención de bioseguridad BSL-2.
Los agentes del grupo de riesgo de nivel III son de alto riesgo individual y bajo a nivel comunitario. Son patógenos que causan enfermedades humanas o animales serias, o que pueden resultar en consecuencias económicas importantes, pero que normalmente no se transmiten por contacto casual de un individuo a otro y para los cuales existe tratamiento con agentes antimicrobianos o antiparasitarios. Por ello, requieren nivel de contención de bioseguridad BSL-3.
“Un laboratorio de contención BSL-3 está concebido para trabajar con microorganismos del grupo de riesgo III, así como con grandes volúmenes o concentraciones de grupo de riesgo II, ya que permite contener cualquier riesgo de difusión de aerosoles o salpicaduras de fluidos o líquidos corporales”, explica el doctor Valiente. “Se podrá trabajar con Mycobacterium tuberculosis, virus como el hantavirus, VIH, SARS-CoV-2, lentivirus o retrovirus en cantidades mayores, porque podrían representar un riesgo para el operador. Hay una serie de patógenos que eventualmente deberíamos manejar en estos niveles, pero que hoy, por no disponer de estos laboratorios, no podemos investigar con ellos”, añade el doctor Gaggero.
Contribución a proyecto de vacunas de la Universidad de Chile
La puesta en marcha de esta iniciativa consta de varias fases, la primera de las cuales es la ya iniciada adecuación del espacio físico del futuro laboratorio, y que debiera culminar a mediados de septiembre próximo. Luego seguirá la instalación de equipamiento de laboratorio ya adquirido gracias a proyectos de investigación anteriores, señalan los académicos. “La construcción de la plataforma BSL-3 se basa en un proyecto diseñado por la empresa Tecnyca, especialista en laboratorios de bioseguridad, y que considera un área limpia compuesta de tres sectores de trabajo separadas para patógenos virales, bacterianos o parasitarios, que serán modulares y flexibles. Además, se contempla una zona de biobanco, que nos permita no solamente tener los microorganismos de los investigadores que usen este espacio, sino también una colección de patógenos del grupo de riesgo III, congelados bajo condiciones adecuadas, ya sea a -80 grados celsius o en nitrógeno líquido”, informa el doctor Gaggero.
También se considera la instalación de accesos restringidos mediante tecnología de ingreso y cámaras de seguridad, y zonas para el cambio de ropa previo a ingresar al área limpia, una “burbuja” climatizada, con presión negativa –para impedir que nada salga cuando se abren las puertas- y cuyos respectivos equipos estén instalados sobre el techo del edificio, espacio al cual se accede desde fuera de las dependencias, de manera de facilitar su mantención sin que los operarios deban ingresar al laboratorio.
Además, el proyecto contempla salas para una ultracentrífuga, citómetros de flujo, microscopía, sistemas de documentación, así como áreas de lavado y autolavado de material, pues cualquier elemento que salga del laboratorio debe estar inerte. Del mismo modo, se contará con instalaciones sanitarias y eléctricas que permitan su autonomía y funcionamiento ininterrumpido, así como con personal capacitado para esos fines. “El objetivo es cumplir con las normas de certificación de la Organización Mundial de la Salud para la puesta en marcha de laboratorios BSL-3, para lo cual trabajaremos bajo un sistema de gobernanza que considera la participación de un comité asesor externo compuesto por expertos de la propia OMS, del Instituto de Salud Pública y de la Subsecretaría de Salud Pública, que nos ha prestado su apoyo”, añade el doctor Valiente.
Quienes trabajen en este laboratorio o sean sus usuarios deberán ser especialistas e investigadores con certificación internacional de uso de BSL-3. “Los cursos aprobatorios tendremos que generarlos nosotros acá, y eso es por una razón: de todo el consorcio de universidades que participa, somos siete los investigadores principales, entre los cuales estamos nosotros, que ya tenemos esa certificación internacional, por lo que podremos crear e impartir esos cursos de capacitación abocados al usuario, que podrían ser profesionales del área o investigadores en postgrado o postdoctorados”, señalan los académicos.
Así, los investigadores postularon a la convocatoria 2021 de Fondequip para Equipamiento Mayor para la puesta en marcha de esta segunda etapa, cuyo costo bordea los 950 millones de pesos y que, de lograr su adjudicación, podría estar terminada durante el 2023. Si no se obtienen dichos recursos, añade el doctor Valiente, estudiarán nuevas formas de recaudación de dichos fondos de manera de concretar el proyecto, cuya sustentabilidad en el tiempo mediarán a través de la prestación de servicios tanto a investigadores de las universidades participantes en el consorcio como de otras instituciones académicas o de los sectores agrícola, ganadero o pesquero, por ejemplo. “Esta iniciativa está muy en sintonía con el proyecto del laboratorio de vacunas que tiene la Universidad de Chile en el Parque Carén, que nosotros podemos apoyar como un aporte muy importante tanto desde la perspectiva del manejo de agentes de riesgo de nivel III como con el biobanco de patógenos que proponemos”, finaliza el doctor Gaggero.
Cecilia Valenzuela León