Fuente: IEB Chile
-Un grupo de investigadoras e investigadores analizó una serie de indicadores ecológicos en franjas remanentes que conectan el área cultivada por la viña con entornos naturales, cuyo rol en la conservación de la biodiversidad es clave en un contexto de cambio global y el impacto de las actividades agrícolas.
-El trabajo, publicado en la Revista Diversity, estudió la presencia de algunas especies de aves y plantas en estas franjas de vegetación, con el objetivo de analizar si estos remanentes funcionan como corredores biológicos y determinó que estos hábitat pueden ser restaurados para entregar mayores beneficios al ecosistema, la comunidad y la propia industria vitivinícola.
La zona central de Chile, donde se emplaza la mayoría de viñedos del país, es mundialmente reconocida como un hotspot de biodiversidad, es decir, un territorio que concentra un altísimo grado de diversidad biológica y endemismo. De hecho, un 50% de la vegetación que conocemos en nuestro país proviene de esta zona. Sin embargo, el ecosistema mediterráneo de Chile, situado entre los ríos Choapa y Biobío, es también el lugar donde nuestros hábitats enfrentan las mayores amenazas, incluida la pérdida de muchísimas especies de flora y fauna.
Pese a ello, existen franjas de vegetación nativa que dan un respiro a la naturaleza, y que se extienden desde los ecosistemas nativos a las zonas de cultivo agrícola. Se trata de los llamados corredores biológicos, un tipo de hábitat clave para la conservación de la biodiversidad en entornos rurales.
En ese contexto, un grupo de investigadoras e investigadores del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB); del Centro Regional de Investigación e Innovación para la Sostenibilidad de la Agricultura y los Territorios Rurales (CERES); del Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad (VCCB, y las Universidades Mayor, Austral de Chile y P. Católica de Valparaíso, entre otras entidades, desarrollaron un estudio en 22 viñedos de la zona central de Chile. El trabajo, publicado en la Revista Diversity, en el número especial: “La biodiversidad en los sistemas productivos: Una perspectiva latinoamericana”, tuvo por objetivo conocer cuál era el estado de los corredores biológicos que existían en estas viñas, y entender de qué manera su presencia estaba aportando a la conservación de biodiversidad. El estudio estuvo liderado por Javiera Díaz, investigadora de CERES; Juan Luis Celis, investigador del IEB y PUCV, y un equipo del IEB y del Programa VCCB, integrado por Olga Barbosa, Nélida Pohl, Karina Godoy, entre otras personas.
“Nos llamó la atención hacer este trabajo, porque dentro de las prácticas de sostenibilidad asociadas a de biodiversidad que tienen las viñas, muchas de ellas mencionaban contar con estos corredores de vegetación, principalmente en las quebradas y otras zonas topográficas difíciles de cultivar, y que se insertan dentro del paisaje de la viña. Nosotros queríamos evaluar qué tan adecuados eran como hábitat y si realmente funcionaban como corredores, es decir, para conectar dos áreas naturales, sirviendo como paso para la flora y fauna”, explica Javiera Díaz.
Para estos fines, un primer paso fue caracterizar los corredores y luego trabajar con indicadores ecológicos, es decir, especies o grupos de especies susceptibles a las perturbaciones ambientales. Esto consistió en analizar y cuantificar la presencia de ciertas especies de aves y vegetación que son características de esta zona, cuya presencia y abundancia revelan “una buena salud del ecosistema natural”, de acuerdo a la agrónoma e investigadora de CERES.
Estos indicadores fueron medidos tanto en los corredores de los viñedos, como en los espacios naturales circundantes. Inicialmente estos indicadores también se buscaron dentro del área de cultivo de las viñas, pero no se encontró ninguno, debido a la transformación total del uso del suelo.
“Caracterizamos estas franjas de vegetación, pero descubrimos que no eran corredores biológicos propiamente tales, ya que no terminaban conectados a otras áreas naturales, sino que mayormente lo hacían en el mismo predio, en un camino o un área de cultivo. Luego, aplicamos una estrategia de evaluación sencilla, para que los propios agrónomos y administradores de viñas pudieran realizar las mediciones, usando indicadores ecológicos que se han empleado en Chile y que responden muy bien a los cambios ambientales”, comenta Juan Luis Celis, ingeniero agrónomo y Doctor en Ecología y Biología Evolutiva de la P. Universidad Católica de Valparaíso.
Aves y vegetación claves para la biodiversidad
Para los indicadores, se escogieron cinco especies de aves características de los bosques de Chile central: el carpinterito y el rayadito -que requiere de árboles grandes para hacer su nido-, la turca, el tapaculo y el churrín. Estos tres últimos pertenecen al grupo de los rinocríptidos, que son aves insectívoras, propias del suelo del matorral y del bosque y que necesitan, mayormente, estar escondidas y protegidas. “Cuando se pierde la vegetación todas estas especies se van. Así que consideramos a estas cinco aves, que son aquellas que más se ven afectadas por el cambio de área natural a un sistema de cultivo”, asegura Juan Luis Celis.
Junto a las aves, también evaluaron la presencia de geófitas, un grupo de plantas que poseen estructuras subterráneas, y además se consideró la regeneración de árboles y la cubierta vegetal de plantas leñosas.
“En el caso de las cinco aves, vimos que sí estaban en las áreas naturales, y muchas veces en los corredores, pero en la parte más cercana al área natural. En la medida que nos íbamos alejando de ésta, ya dejábamos de encontrar a estas especies indicadoras. En cuanto a las geófitas, plantas herbáceas perennes que tienen un bulbo bajo tierra, también fueron más abundantes en las áreas naturales que en los corredores. Eso nos indica que el hábitat dentro de las franjas de vegetación no es el mismo que en las áreas naturales. Su forma delgada y alargada, hace que exista más presión de especies invasoras, sequía, y que las condiciones no sean adecuadas para todas las especies”, señala Javiera Díaz.
Pese a ello, Juan Luis Celis comenta que en los corredores se observó regeneración natural, mostrando que las plántulas, brinzales y la cobertura vegetal no eran afectadas, ni eran tan distintas entre el área natural y la franja de vegetación. “Esto es importante porque hay regeneración natural. Si hay plántulas, es porque están llegando semillas y por tanto, los corredores sí cumplen rol de hábitat, lo que releva la importancia de conservarlos”, detalla.
Restauración de hábitat
Considerando estos antecedentes, ¿qué relevancia tienen los hallazgos para la conservación de la biodiversidad y por qué es tan importante incrementar las áreas naturales en estas zonas de cultivos?
Contar con corredores biológicos es fundamental a juicio de las y los investigadores, particularmente en una época marcada por el cambio climático y el cambio global. “Para adaptarse a estas transformaciones, tanto para plantas como animales, es muy importante moverse. Se necesitan estos espacios para que flora y fauna puedan adaptarse a estas perturbaciones, que incluyen, por ejemplo, los incendios. En este contexto, los corredores son vitales, ya que además prestan una enorme cantidad de funciones y beneficios tanto a los cultivos, como al ecosistema en sí mismo”, explica Javiera Díaz.
Las científicas y científicos añaden que las actuales franjas de vegetación estudiadas tienen un enorme potencial de mejora, si se realiza un diseño más allá de la escala de un predio agrícola particular, y se restaura el territorio, conectando realmente distintas áreas naturales, medidas que a su vez pueden avaluarse fácilmente utilizando alguno de los indicadores ecológicos del presente estudio.
“Estamos ante un cambio de paradigma dentro de la agricultura, que promueve la intensificación ecológica. Y dentro de ello, tenemos que darle más cabida a la restauración de hábitat naturales y protección de aquellos remanentes. Estas quebradas y corredores, tienen un gran potencial para ser reservorios de biodiversidad y entregar muchos beneficios ecosistémicos, a nivel del ciclo del agua, protección y regeneración de suelos, protección de flora, fauna, microorganismos, polinizadores, y apoyo al control de plagas. Tenemos que entender la forma en que cambia el paisaje, y pensar en estos remanentes, como parte fundamental del paisaje agrícola”, puntualiza Javiera Díaz.
El trabajo realizado, también se inserta dentro de los objetivos del Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad, VCCB, del IEB y la Universidad Austral de Chile, que desde 2008 se impulsa de la mano de agricultores, trabajadores y administradores de la industria del vino, con el fin de proteger los espacios naturales que circundan y penetran los predios agrícolas, y fomentar mejoras en el diseño de las viñas y sus prácticas de manejo. Todo esto, a objeto de minimizar el impacto agrícola sobre la biodiversidad, y contribuir a la sustentabilidad de la propia industria vitivinícola.