Fuente: IEB
– Un reciente estudio, desarrollado por Rodrigo Villa-Martínez, investigador de la U. de Magallanes, y Patricio Moreno, del Instituto de Ecología y Biodiversidad, IEB, analizó cambios históricos en la vegetación, mediante los sedimentos del Lago Las Mellizas, en las cercanías de Coihaique.
Bosques del género Nothofagus presentes en la Región de Aysén, donde abundan el ñirre y la lenga, son verdaderos sobrevivientes de una ajetreada historia durante múltiples milenios. Esta trayectoria incluye enormes glaciares que cubrieron el paisaje, lagos proglaciales represados por hielo, erupciones volcánicas explosivas, importantes variaciones climáticas, cambios en los regímenes de fuego, ocupaciones humanas pre colombinas, y, durante el último siglo, la acción chileno-europea que ha gatillado la degradación de su hábitat natural, a una tasa no vista en los últimos 12 mil años.
Un reciente estudio, desarrollado por Rodrigo Villa-Martínez –investigador de la Universidad de Magallanes- y Patricio Moreno -del Instituto de Ecología y Biodiversidad, IEB, y de la Universidad de Chile- constató este escenario, analizando qué tipo de variaciones han presentado estos bosques ancestrales del sur de Chile. La investigación fue publicada en la Revista científica Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology, y se realizó mediante un exhaustivo trabajo, que tuvo como base el análisis de sedimentos del fondo del Lago Las Mellizas, ubicada en las cercanías de Coyhaique.
Las múltiples capas de sedimento acumuladas en el tiempo, entregaron datos acerca del ambiente y clima del pasado, que abarcan, de manera continua, los últimos 18 mil años. “Este lago tiene la belleza que ha permanecido como tal desde hace miles de años, pese a los enormes cambios ambientales que han ocurrido a lo largo del tiempo, registrando y conservando rasgos del paisaje que hoy nos permiten leer su historia e interpretarla. El comienzo de la sedimentación lacustre, ocurrió luego que este sector quedara descubierto de hielo por el retroceso del Manto de Hielo Patagónico, un enorme glaciar que tapizó prácticamente todo el Suroeste de Sudamérica durante el último ciclo glacial. A partir de ese punto el sector de Lago Las Mellizas se convirtió en un lago de cuenca cerrada que se ha mantenido como tal gracias al continuo aporte de precipitaciones”, explica Patricio Moreno.
Aledaño a este lago, y desde hace milenios también, se establecieron bosques de Nothofagus, principalmente lengas y ñirres, que han crecido y persistido hasta nuestros días. Una configuración semejante a los bosques actuales se estableció alrededor de 12 mil años atrás, y posteriormente se desarrollaron bosques cerrados y continuos, que luego comenzaron a experimentar rápidas variaciones, “pero de una magnitud menor a lo que observamos durante el siglo 20”, según advierte Moreno.
Dichas transformaciones se vieron reflejadas en aperturas y cierres del dosel. Esto significa que la franja que ocupan las copas de los árboles se volvió discontinua en distintos momentos, fenómenos que estuvieron vinculados a eventos tales como incendios, variaciones hidroclimáticas y erupciones volcánicas explosivas. “Durante la etapa más temprana de nuestro registro de Lago Las Mellizas, vegetación de tipo herbácea y arbustiva colonizó un área recientemente despejada por retroceso glacial. Luego, esta vegetación pionera fue reemplazada a los pocos siglos por montos crecientes de cubierta arbórea, lo que se expresa como una transición bastante abrupta. Una vez establecido el bosque deciduo -bosque seco- se desarrollaron episodios de cierre y apertura del dosel a escalas de tiempo de siglos. De esta manera, vimos que hay momentos de cambios rápidos en la composición, estructura y diversidad de especies que componen este bosque. Un rasgo notable de lengas y ñirres es su extraordinaria resiliencia pese a los múltiples estresores ambientales”, señala el científico del IEB.
Impacto humano: el mayor en 12 mil años
Esta estabilidad se vio superada con la llegada y asentamiento de colonos chileno-europeos, quienes realizaron diversas acciones de “limpieza” y quema del paisaje, desde el siglo XIX, provocando un enorme impacto en la composición y dinámica natural de estos ecosistemas dominados por lengas y ñirres, junto a arbustos, hierbas y helechos nativos.
De esta manera, la deforestación a gran escala, ganadería, el establecimiento de pastizales y la propagación de especies no nativas, impulsaron los cambios más rápidos y de mayor magnitud observados durante los últimos 16 años, según detalla el estudio.
“Cuando se colonizó esta zona de Patagonia, las comunidades se toparon con una vegetación bastante densa y bosques cerrados. Así que comenzaron a despejar el territorio utilizando el fuego, lo que a la par con condiciones estacionalmente secas y con fuertes vientos, es una receta segura para el desastre. De hecho, se estima que hay incendios que se mantuvieron activos por 40 años, lo que generó una deforestación masiva y fulminante que no ha parado. Estos daños se han incrementado con los años por cambios en el uso de la tierra y en la extensión de las áreas de pastoreo. Y así es como llevamos más de 100 años de perturbación humana a gran escala, que han cambiado radicalmente la fisonomía del paisaje”, comenta el científico del IEB.
Leyendo el paisaje
Pero ¿cómo pudieron analizar transformaciones en la vegetación y paisaje que datan de miles y miles de años? Patricio Moreno explica que el Lago Las Mellizas es como un libro que cuenta con todos sus capítulos y páginas completas, mediante el cual es posible examinar con detalle y en alta resolución, la evolución y cambios en el ecosistema. Una tarea que por lo demás, implicó un gran trabajo en equipo y esfuerzo de muchas horas en terreno para efectuar múltiples tareas, como montar una plataforma flotante sobre las aguas del lago y luego extraer los sedimentos con total precisión.
“Es muy importante encontrar un sitio adecuado para el estudio, lo cual también implica comparar el lugar con otros sectores posibles y, de alguna manera, estar siempre leyendo el paisaje. En el caso de Lago Las Mellizas, hablamos de un registro que, por cada centímetro de profundidad de la capa de sedimentos, nos entregó información de un período de entre 20 a 25 años, lo que fue muy relevante para profundizar en nuestro estudio”, asegura.
Los sedimentos que acumula este lago, permitieron evaluar la contribución de diversos componentes del ambiente. Los episodios de explosiones volcánicas, por ejemplo, se pudieron constatar mediante niveles de cenizas que, en diferentes momentos, llegaron hasta el lago y quedaron depositadas. “Lago Mellizas muestra gran abundancia de estas cenizas, que atestiguan importantes eventos volcánicos explosivos pasados”, asegura Moreno.
En el caso de los incendios, éstos pudieron ser determinados y analizados mediante partículas de carbón macroscópico, que funcionan como excelentes indicadores de fuego local en las inmediaciones del lago, de acuerdo al investigador.
Con todos estos antecedentes, y la detallada lectura de escenarios y variaciones del pasado en esta zona de Coyhaique, el trabajo de los científicos también constituye un llamado de alerta a la conservación de estos ecosistemas que, pese a su resiliencia, se han visto sobrepasados durante más de un siglo.
“Los cambios en este último período exceden a todo lo observado anteriormente. Y si bien las perturbaciones a gran escala ya ocurrieron y ahora vemos amplios sectores deforestados, aún quedan sectores de la Patagonia menos impactados por la actividad humana, donde es fundamental proteger a estos bosques, quienes sostienen a una gran biodiversidad y entregan importantes servicios ecosistémicos. Pese a la resiliencia que han mostrado, muchos bosques desaparecieron y por ello hoy es fundamental proteger a los que aún persisten”, finaliza.