IEB Chile
-Estudio realizado en la Reserva de Biósfera Cabo de Hornos, analizó cómo el clima interactúa con los ecosistemas terrestres y como está impactando en la flora local.
-Lengas, coigües, musgos, y plantas altoandinas, entre otras especies, están sufriendo alteraciones de acuerdo a este trabajo, liderado por Francisco Aguirre, investigador de la U. de Magallanes, e integrado por Francisco Squeo, científico del Instituto de Ecología y Biodiversidad y de la U. de La Serena, junto a un equipo multidisciplinario
La Reserva de Biósfera Cabo de Hornos, al sur de Tierra del Fuego, es un ecosistema único en el mundo, donde conviven impresionantes glaciares junto a los bosques más australes del planeta y muchas especies endémicas. Pese a su gran atractivo, particularidad e importancia como escenario para estudiar el cambio climático, estos hábitats naturales han sido bastante menos investigados que los bosques templados del Hemisferio Norte.
El trabajo, publicado en la revista Anales del Instituto de la Patagonia, estuvo liderado por Francisco Aguirre, científico de la Universidad de Magallanes y del Instituto de Ecología y Biodiversidad, junto a Francisco Squeo (IEB y U. de La Serena), Ricardo Rozzi (IEB, UMAG), entre otros investigadores e investigadoras.
El estudio forma parte además del nuevo Centro Internacional Cabo de Hornos, CHIC, un spin off del IEB que consolida el trabajo en la Zona Subantártica.
Para comprender este escenario, primero se determinó la distribución espacial de los ecosistemas terrestres presentes en la Reserva, de acuerdo a las especies vegetales dominantes en cada uno. Luego se identificaron las principales variables climáticas presentes en diferentes zonas de la Reserva: temperatura, precipitación, velocidad del viento, y cubierta de nieve, utilizando herramientas satelitales productos climáticos globales, entre otros. Dicha información fue comparada con los registros de estaciones meteorológicas presentes en la Reserva de la Armada de Chile y Dirección General de Aguas, información imprescindible para estudiar estos remotos ecosistemas.
De esta manera, las y los investigadores encontraron que el tipo de vegetación específica presente en un cierto lugar dependía principalmente de la elevación y las precipitaciones. En otras palabras, estos factores influyeron significativamente en la distribución de los principales tipos de ecosistemas terrestres: vegetación altoandina, bosque siempreverde y bosque caducifolio.
“Éste es un estudio interesante porque se realizó con un grupo multidisciplinario, con el cual abordamos y cruzamos estas dos dimensiones, la climática y la biológica. También actualizamos los mapas de vegetación y ecosistemas terrestres, como también la representaciones de los extremos gradientes climáticos del fin del continente americano, llevando esta información a modelos estadísticos”, explica Francisco Aguirre.
Vegetación altoandina: la más vulnerable
El investigador de la Universidad de La Serena y del IEB, Francisco Squeo, señala que a través de este trabajo, lograron separar la distribución de los grupos de plantas según altitud y correlacionar la vegetación con las variables climáticas. “Los ambientes altoandinos están en las partes más altas y las turberas y praderas en las zonas más bajas, lo que está muy relacionado con la temperatura. También comprobamos que a mayor precipitación, había más presencia de bosques con especies como lengas, la cual bota sus hojas en invierno. También está muy presente el coigüe de Magallanes, un árbol siempreverde, dominante a menores alturas y mayor precipitación. El trabajo también mostró que hacia el oeste aumentan las praderas. Además, advertimos que las turberas aumentan donde hay más viento”, describe el científico.
En ese contexto, uno de los principales resultados obtenidos, es que los ecosistemas más vulnerables son los altoandinos, y que los cambios en el régimen de precipitación y temperatura han favorecido el avance de los bosques de lenga hacia mayores altitudes. Sin embargo, este ascenso de los ecosistemas forestales estaría reduciendo el área ocupada por la flora altoandina, integrada por una gran diversidad de líquenes, plantas en cojín como las llaretas, arbustos, entre otros.
Francisco Squeo comenta al respecto: “Tal como predicen los modelos de cambio climático, vemos que el límite arbóreo está subiendo. Esto significa que los árboles están llegando a zonas más altas de la cordillera. Pero si pensamos en una expansión del bosque hacia más arriba, inmediatamente vemos que esto ocurre en desmedro de la vegetación altoandina, la cual es reemplazada por ecosistemas de bosque y no puede escaparse ni seguir subiendo más allá de las cimas”.
El estudio también señala que se ha visto una disminución de la cobertura de nieve y masas de hielo en la masiva Cordillera de Darwin, poniendo “en claro desequilibrio a un “hotspot” mundial de biodiversidad, como son estos ecosistemas subantárticos”. Este punto es especialmente relevante debido a la crisis de pérdida de biodiversidad que enfrentamos a nivel global.
Pero junto al aumento de las temperaturas, también se advierten cambios en las precipitaciones. “Se prevé que habrá un aumento de lluvias en algunos sectores la Reserva de la Biósfera Cabo de Hornos, mientras que en otros sectores no. También se va a intensificar el viento en algunas zonas, principalmente en el sector oeste, razón por la cual es fundamental seguir estudiando estos territorios y ayudar a proyectar escenarios presentes y futuros, en el contexto del cambio climático”, asegura Francisco Aguirre.
Conservación y monitoreo al fin del mundo
Para ambos científicos, el estudio representa un aporte al conocimiento de nuestros ecosistemas más australes, cuyas necesidades de conservación, monitoreo e investigación son imperantes. Esto, por su alta biodiversidad, la entrega de importantes servicios, como pulmones del planeta y aliados en el almacenamiento de carbono, y el rol de estos hábitats en el estudio del cambio climático. Este último punto se adhiere a los objetivos del recién creado Observatorio de Cambio Climático del Ministerio de Ciencias, plataforma que contará con el apoyo y herramientas de la comunidad científica a lo largo Chile, incluyendo al IEB y el nuevo Centro Internacional Cabo de Hornos (CHIC).
Pese a los avances, los investigadores también concuerdan en que es necesario incrementar las estaciones y herramientas de monitoreo en esta región subantártica, tarea que se intensificará a partir de marzo del 2022. También advierten sobre la urgencia de aumentar la protección de esta Reserva de la Biósfera y otros ecosistemas que también corren peligro por causa del cambio climático y también de las actividades humanas, como las transformaciones en el uso de suelo.
“Es necesario que esta Reserva pueda tener un reconocimiento mayor por parte del Estado, y que pueda entrar en marcha el SBAP, Servicio de Biodiversidad de Áreas Protegidas. Necesitamos conservar estos ecosistemas, y presentar su relevancia como biombo del cambio climático y reservorio de especies endémicas. Estos actualmente interactúan con la industria salmonera, extracción de turba, tala de bosque, entre otras. Tenemos una gran cantidad de carbono almacenado en estos bosques y turberas, que regulan los gases de efecto invernadero. Éste un territorio único en el mundo y por ello debemos seguir desarrollando ciencia que nos permita conocerlo mejor y ayudar a protegerlo”, concluye Francisco Aguirre.